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Debido a su enfermedad, la personalidad de Melinda era un tanto extraña, introvertida le decían algunos; y cómo no serlo, si existian períodos de tiempo en su vida, en los que no era consciente ni siquiera de su propia existencia.

Melinda sabía que tenía problemas neurológicos, y este tipo de enfermedades, afectan de manera degenerativa. Vivía con un miedo incesante, pasaba horas imaginando lo peor, precipitándose a su impredecible futuro, temiendo llegar algún día a ese plano desconocido y a la vez inquietante de la locura, sintiéndose aprisionada como si estuviera sola en una vasta montaña, libre pero a la vez esclava de una condición que la reprimía.

Sin embargo, había algo que mantenía su mente ocupada, y es que Melinda, por sobre muchas cosas, amaba las estrellas. Le encantaba como la oscuridad arropaba sus ojos al anochecer y se dejaba llevar por las constelaciones que veía en el cielo, dibujando con su mirada a Orión, y admirando la belleza y el brillo de Bellatrix y Rígel. Era una especie de tratamiento que le gustaba seguir, para olvidar, aunque sea por un momento, su condición. Melinda vivía en el último piso en un edificio de la ciudad, lo que hacía que pudiese contemplar casi a diario un espectáculo de luces en el cielo.

Hacía mucho tiempo que Melinda no experimentaba una de sus convulsiones, ataques epilépticos que la dejaban horas a la deriva, flotando en algún lugar sutil, dejando vacíos en su vida que por más lo intentara, no podía recordar. A sus 17 años, tenía el rostro bastante maltratado debido a los golpes sufridos en cada uno de sus viajes compulsivos en los que su cuerpo experimentaba un grave trastorno neurológico cargado de energía.

Ese día Melinda había tomado como todos los días su medicamento correspondiente, y pasó la mayor parte del día leyendo e instruyéndose sobre astronomía. No podía negar que su cuerpo no era el mismo esa tarde, se sentía volátil, y pensamientos incongruentes llegaban a su mente. Pasó todo el día con un fuerte dolor de cabeza, y procurando no molestar a nadie, no comentó a nadie lo ocurrido; le molestaba enormemente la lástima que podían llegar a sentir por ella.

Y la noche llegó.. estaba sola en ese instante, preparó un poco de té y subió las escaleras del edificio donde vivía hasta llegar a la azotea. Allí con la taza de té en sus manos comenzó a contemplar el espectáculo de luces que se reflejaba en sus ojos. Ese día era luna llena, y de manera oportuna, había ocurrido un apagón en la ciudad desde las horas de la tarde, haciendo el espectáculo aún más interesante. Vió a Aldelbarán y dibujó a Tauro sobre su cabeza, cerca del gigante Júpiter que esa noche brillaba más que nunca. Capella y Alnath parecía que danzaban en el aire para formar a Auriga.

Pero esa noche se sentía diferente y presentía que no tenia nada que ver con el cielo. Un miedo frío la invadió, y de repente, se sintió mentalmente estéril, incapaz de producir algún pensamiento, pero al mismo tiempo, sintió una energía excesiva que invadía su cuerpo, proveniente de algún lugar de su cabeza; y en ese preciso instante, ocurrió…, El suelo, empezó a desaparecer, y parecía que su entorno estuviese siendo desplazado por una fuerza invisible, que fluía en todas direcciones.. de pronto, como si fuese lo más natural del mundo, su cuerpo empezó a temblar, una incontrolable corriente recorría su cuerpo y su mente divagó, olvidó quien era, olvidó de donde venía y olvidó su destino, se encontró en completa oscuridad, con un miedo incontrolable al umbral desconocido que se imponía ante ella.

Esto no duraría mucho, pues toda esa energía incontrolable, única y desconocida que fluía en lo más profundo de su sistema nervioso empezó a desaparecer, Melinda no tenía cuerpo, era la viva representación de esa energía y de pronto se encontró a sí misma flotando en el aire, en el espacio, en una completa oscuridad fría que invadía cada conexión mental que aún podía controlar. Luces empezaron a surgir, luces alrededor, como diamantes en el cielo, como si cada luz, reflejara un torrente incontenible de vida representando diversas realidades infinitas, realidades que se encontraban encerradas en su cuerpo, incapaz de aprisionar ese incontrolable cosmos. Melinda empezó a comprender lo que ocurría, y reconoció las luces en el espacio, las conocía tan perfectamente como las pupilas que cubrían sus ojos. Eran Rígel, Saiph, Beltegueuse y Bellatrix, y en un perfecto balance líneal, flotando en en el espacio estaban las brillantes Alnitak, Alnilam y Miltaka, que completaban el cinturón de la constelación de Orión. Astrónomos y científicos se mostrarían escépticos ante tal situación, era algo, que nuestras leyes no podían describir, y es que la energía que se respiraba en ese lugar, no se regía bajo ninguna ley física conocida, pues Melinda se encontraba en un universo recién construido por ella misma, o eso es lo que había llegado a su mente, que en ese momento era su realidad. Quiso desplazarse por aquel lugar, tan parecido a lo que más anhelaba, pero sin más…. Abrió los ojos.

Se encontraba en el suelo, con un fuerte dolor de cabeza, su visión estaba nublada y un tanto borrosa, miró a su alrededor y notó que se encontraba en una habitación desordenada, con una luz que apenas iluminaba el lugar. El reloj digital que llevaba en su muñeca marcaban las 3:01 de la madrugada, del mes de Julio del 2019. Un fuerte dolor muscular le invadía todo su cuerpo, sentía como si hubiera corrido varios kilómetros en tan sólo pocos minutos y sentía algo raro en su boca. Intentó gesticular algún sonido pero su lengua mordida se lo impedía. Se levantó y se miró en un espejo que se encontraba en la estancia. Reconoció su rostro y el lugar donde se hallaba, vió su cara golpeada, sudada y llena de moretones y llegó a su mente, sin necesidad de explicación alguna, lo ocurrido. Andrés Hernández, de 23 años acababa de convulsionar y como había ocurrido tantas veces anteriores, no recordaba nada de lo ocurrido.

 

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