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5

“No está muerto lo que puede yacer eternamente;
y con el paso de los extraños eones,
incluso la Muerte puede morir.”
H.P Lovecraft

Las había visto un par de veces. La primera de ellas, me encontraba deambulando por los vagones del metro, sin rumbo, totalmente desorientado, como si acabase de despertar de algún sueño profundo. Era uno de esos días de humedad sin lluvia, esos días de oscuridad donde se respira un frío lacerante. Yo estaba simplemente allí, de pie, viendo pasar estación por estación sin saber donde llegar, o donde ir. Al fondo del vagón las había visto, inmóviles, a pesar del tambaleo del tren, con la mirada fija, y con cierta sonrisa pálida en el rostro; era ese tipo de sonrisa sin emoción, vacía, oxidada. Ambas vestían de negro y tenían el cabello sumamente largo, cualquiera diría que eran hermanas o que existía algún tipo de parentesco cercano. Las miré por un momento, y al escuchar el chillido agudo al frenar el tren, desaparecieron entre la multitud sin dejar rastro alguno. Las busqué en la estación, pero se habían desvanecido; me culpé, pues para mí era posible que el parpadeo de mis ojos fuera el culpable de su extravío. Respiré por un instante y salí del vagón hacia la estación.

La estación estaba apenas iluminada por las lámparas que guindaban del techo, era una estación gris, sucia y llena de publicidad. . Simplemente me quedé mirando al mar de gente caminando y subiendo las escaleras, buscando las siluetas negras que acababa de ver, todavía confundido por la situación. Al final de la estación se escuchó un grito y un cúmulo de personas se amontonaron en la entrada del tren de la línea contigua. Me acerqué rápidamente y vi el horror en las caras de las personas, señalando hacia lo que parecía una masa amorfa de color piel esparcidas en las vías del vagón, cubierta con cierta sustancia roja oscura. El suicido estaba implícito.

La segunda vez que las observé pude detallarlas aún más. Estaban en la esquina de uno de los callejones más peligrosos del barrio donde vivo. Yo estaba sentado en el balcón de mi sucio y desordenado apartamento y era de noche. Una taza de té acompañaba mi noche de insomnio, y al acercar mi mirada hacia la calle iluminada por la luz mortecina del farol, contemplé dos figuras altas y negras. Esta vez me miraban fijamente a los ojos, y pude ver que tenían la tez extremadamente blanca. Una de ellas le murmuraba algo a la otra, moviendo los labios sumamente rápido, y sin más, al cabo de unos minutos se adentraron en la negrura del callejón, de donde no volvieron más. Debo admitir que su aparición de alguna manera me generaba cierto tipo de horror, me costaba conciliar el sueño, pues en mi mente se dibujaban sus figuras lúgubres y sus miradas como cuchillos en mis ojos.

A primeras horas de la mañana me acerqué al balcón y noté que se encontraba la policía de la ciudad. Dos uniformados llevaban en una camilla, un cuerpo de un hombre joven, totalmente cubierto de sangre. Algún incidente provocado por un delincuente pensé, como cada noche. Sentí la fría brisa matutina golpear mi cara, y sentí en el aire un frío olor a muerte que me llegó hasta los huesos.

Dejaron de aparecer por un tiempo, unas dos semanas aproximadamente, de cierta manera esto me tranquilizaba un poco; tal vez el cansancio jugaba con mi mente, generando ilusiones que representaban mis miedos o aflicciones. Pero ese día fue diferente. Llovía de nuevo y yo caminaba bajo las frías y pesadas gotas de agua que se deslizaban en mi entorno. Era una sensación agradable, pues la lluvia siempre la he asociado con renovación, con vida. Crucé en la esquina de la avenida principal y aparecieron a no más de 3 metros de distancia, de pie frente a mí. Me consumió el horror y me quedé inmóvil. Ellas sólo me observaban de manera fija, sin pronunciar palabra alguna, de hecho era difícil para mi imaginar las voces de esos dos seres que me fulminaban con una mirada casi visceral. Después de lo que pareció una eternidad empecé a caminar en dirección opuesta y mi inconsciente sentía que se acercaban más, en mi mente podía oír el ruido sordo de sus pasos sobre el suelo frío y mojado, pero al voltear mi cabeza, sólo vi la calle gris que se extendía con una perspectiva casi perfecta, casi infinita. El sonido que escuché a continuación es una de las pocas cosas que me es casi imposible describir, jamás mis sentidos me habían inducido a un estado tal de temor y horror, al borde de la locura y la inconsciencia. Un sonido que penetró cada célula de mi piel y que permaneció en mi mente durante los siguientes días. Una carcajada, de la más horrible que pudiese describir, aguda y repetitiva, y con esa sensación de demencia interna, de locura asociada con lo desconocido. Sentí como mi piel se transformaba. Empecé a correr hasta llegar a mi apartamento, y me senté durante horas tratando de asimilar lo ocurrido. Es para mi imposible determinar la sensación que experimenté en ese instante, pues si bien estaba bastante cerca del miedo, no sabría describir la emoción correcta para representar tal horror. Lo más increíble, es que a pesar de esto, no podía negarse, bajo ningún pretexto, que ambas mujeres eran hermosas. Pero esta belleza se veía eclipsada por el ambiente oscuro y fétido que ambas figuras irradiaban.

La siguiente semana representó para mí, un paroxismo del terror inducido por el miedo. Estaba completamente paranoico e histérico. No podía dormir, ni caminar, sin pensar en sus frías miradas, en sus ojos negros como la noche y por sobre todo en el sonido de su carcajada demoníaca. Pasaba horas enteras horrorizado, viendo sobre mi espalda y al borde de la demencia. El olor a muerte estaba siempre presente en mi olfato, tal vez era psicológico, pero sentía como poco a poco mi cuerpo se llenaba de dolor, no sentía apetito, duré varios días sin comer,y pude comprobar en un espejo, la imagen demacrada que poseía en ese entonces mi mirada.

Esa noche caminaba por la calle, estaba oscuro y llovía fuertemente. Regresaba a mi casa, caminando de forma apresurada, y volteando mi mirada en un intervalo de tiempo cada vez menor. Las pesadas gotas de agua empapaban mi cuerpo, y el tranquilo sonido de la lluvia llenaba mis oídos. Crucé el callejón antes de llegar al edificio donde vivía, la calle estaba sola, a excepción de uno o dos borrachos que dormían bajo la lluvia. Abrí la puerta y me dispuse a subir las escaleras hasta mi piso. Entré a mi habitación y me acosté, aliviado de haber llegado a un lugar seguro en donde descansar. Pasaron minutos, horas, para mí pudieron haber sido días y no lo notaría,en las que pasé flotando en las finas manos de Morfeo.

Música llegó a mis oídos y desperté inmediatamente. Escuchaba una música suave, y bastante lenta. El piano ejecutaba una pieza lenta al ritmo de un 3/4, con ciertas disonancias que producían en mí, cierta cacofonía. Algún vecino debería estar haciendo una mala jugada, intenté levantarme, mi cuerpo se encontraba pesado, y lleno de dolor. Me incorporé en la habitación y abrí los ojos.

El miedo me invadió, y ahogué un grito en mis manos. Ellas estaban allí, mirándome, fulminándome con sus ojos oscuros y fríos. Sentí en mi piel una pestilencia a muerte. No sabía por qué, pero presentía lo que iba a ocurrir. Se acercaron a mí, mas cerca que nunca, y me respiración se aceleró. El silencio reinó en la habitación, la música cesó. Se acercaron aún más. Sentí como el dolor que previamente me invadía, poco a poco desaparecía y se desvanecía de mis sensaciones. El olor era insoportable, mi cuerpo estaba inmóvil. Una de ellas dio un paso más hacia mí, y poco a poco, con la dulzura de una madre, me besó en la mejilla. Sentí sus labios fríos tocar mi piel, y en ese momento el dolor desapareció poco a poco de mi cuerpo, podía sentir como cada poro de mi piel descansaba y se llenaban de aire; en ese momento llegaron a mi mente imágenes. Imágenes de un niño, de cabello negro y ojos marrones, sentado en un rincón de un cuarto tenuemente iluminado. El niño estaba escondido, pues se escuchaban los gritos de dos personas, un hombre y una mujer que discutían. Luego apareció un joven, de unos 16 años, en el mismo cuarto desordenado, con los ojos rojos y llenos de lágrimas, pero lo que más destacaba en la escena era el cuerpo que se encontraba en el suelo. Sobre un charco de sangre oscura yacía una mujer, de mediana edad, con los ojos abiertos y con marcas alrededor de su cuello. El muchacho llevó sus manos a su cara y despareció. Ahora estaba de nuevo en mi habitación, ellas seguían allí, y sentí en mi otra mejilla, el contacto de los fríos y suaves labios de la otra mujer. Mi cuerpo cayó en un vacío infinito, y un nuevo entorno apareció ante mí. Esta vez me encontraba en un hospital, lleno de personas vestidas de blanco, ajetreadas y corriendo de una dirección a otra. En el medio de la sala una mujer gritaba de dolor y una mujer aún más vieja la tomaba de las manos. La mujer estaba desnuda, y sus piernas estaban llenas de sangre, mis oídos no soportaban el ruido de los gritos agudos que llenaban la habitación. Al parpadear me encontré entonces en un cuarto iluminado, limpio y silencioso. En él un muchacho de unos 20 años besaba a una mujer joven de su misma edad. Ambos sonreían e irradiaban una sensación de paz profunda.

Sentí entonces un frío húmedo, que invadía mi cuerpo, flotaba en una negrura infinita que llenaba mis pensamientos, me sentía disperso. Mi mirada se nubló y sentí como mi corazón latía apresuradamente, y de un momento a otro; dejé de respirar .


El cuerpo de Manuel García fue encontrado 3 días después de su muerte en una habitación del edificio donde habitaba. Los vecinos habían sentido el olor putrefacto del cadáver y habían informado a las autoridades. El joven se encontraba flotando por la soga que colgaba de su cuello. Al parecer se había suicidado. No se vio ninguna persona entrar o salir del apartamento antes o después del incidente, salvo él mismo. Las cámaras de seguridad del edificio lo certificaban. A pesar de ello sólo una mujer vieja y algo nerviosa, de unos 80 años, residente del mismo edificio había informado de la presencia de dos mujeres vestidas de negro que acompañaban al joven. El cadáver de la señora, fue encontrado antes de que ésta pudiera dar alguna declaración.

 

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