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Estaba caminando. Como cada tarde de cada día, se encontraba en aquel camino tan monótono y concurrido por él mismo. La misma hora, los mismos edificios viejos, la misma gente e incluso sentía que el viento soplaba en la misma direccion. Era un ejercicio, cada tarde, al salir, le era obligatorio realizar esa caminata, y al parecer, se había convertido en algo necesario en la vida vacía de aquel hombre. Era uno de los pocos placeres que podía darse, porque, a pesar de que la caminata era muy monótona, el entorno abstracto y etéreo que siempre estaba presente nunca era el mismo. Cada tarde añoraba que llegara el momento preciso, la hora perfecta, en el cual, con la necesidad de llegar a su casa, tuviera que recorrer aquel camino obsesivo.
Se sumergía en si mismo, había encontrado la manera de entender esa realidad que se reflejaba en sus ojos y había descubierto un placer que muy pocos aprecian, el placer de pensar. Sí, eso hacía aquel hombre, caminaba y veía reflejado a su alrededor sus pensamientos, sus inquietudes y en algunas lúgubres tardes, sus temores y angustias; pero no le gustaban esas tardes, era una especie de tortura e incluso llegaba al borde del abismo de la locura, todo se oscurecía y se veía a si mismo con el mayor sufrimiento posible, sufrimiento que se reflejaba en su cuerpo, empujando su pecho tan fuertemente que se le hacía casi imposible respirar, el tiempo se detenía para él, hasta que, como todos los días, se encontraba ante su destino, pero al instante sentía su pecho vacío, con la obstinada necesidad de regresar, pero incapaz de hacerlo, por temor a volver a esa desesperada realidad, pues, todo esto se había convertido en un vicio para él.
Pero él sabía, que esa tarde sería diferente.. Había tenido un día normal en el trabajo, y esto implicaba, tener el mínimo contacto social en ello. La mayoría de sus compañeros de trabajo lo veían como un bicho raro, pues intentaba jamás hacer ni el más mínimo contacto visual con ellos, prefería estar, como cada día, sentado en su escritorio, frente a su monitor, escribiendo las líneas de código que le daban de comer.
Eran las 6 de la tarde, y una sonrisa se dibujó en su rostro, sintió que toda la angustia del día había valido la pena y se encontraba dispuesto a disfrutar de una tarde llena de pensamientos, de ideas, y por sobre todo, una tarde sumergida en una realidad que al parecer era mucho más pintoresca que la suya, que su monotonía diaria y lo que el llamaba “muerte en vida”.
Sintió la suave brisa vespertina en su cara, y se puso en marcha; empezó a caminar lentamente, sintiendo cada pisada y abriendo su mente. Poco a poco, sintió como su cuerpo se encontraba fuera de sí, como si sus pensamientos se encontraras personificados en alguna esencia en el aire, como si cada pensamiento fuera una fragancia que sólo él sabía disfrutar, y sentía como sus sentidos se mezclaban, podía oír los olores que se mezclaban en la brisa y sentir música en su piel, sentía el olor de lo que sus ojos no eran capaz de ver, y de pronto se encontraba en una realidad volátil, una utopía llena realidades paralelas. Los edificios se desvanecían y se encontraba de pronto en otro lugar, jamás visto por él mismo, pues cada tarde, era diferente. Ese día se encontraba en una especie de mar, podía caminar sobre lo que parecía un suelo líquido. Que placer le brindaba encontrarse dentro de sí mismo, independiente de las necesidades físicas que lo ataban a un mundo vacío y sin racionalidad.
De repente todo cambió.. Algo iba mal, todo empezó a desaperecer, y quedó inmerso en una extensa oscuridad, que anticipaba lo que vendría después. Empezó a sentir miedo, frío, y angustia. Por su mente empezaron a pasar imágenes de su horrible pasado, distorsionadas y podía sentir cuchillos clavándose en su espalda, intentaba cerrar sus ojos, pero era en vano, era como si estuviese obligado a observar y sentir el horror que reflejaba sí mismo. Sus pies se movían por inercia y era imposible detenerlos. Movió sus brazos, que estaban enormemente pesados, y logró cubrir sus ojos con sus manos. Sintió que su cuerpo no existía, que se había convertido en una masa sin forma flotando en algún rincón de sus realidades entrelazadas, en un limbo, y de pronto, como un rayo que cae sobre el suelo, empezó a entender lo que ocurría. Pudo abrir los ojos y quitar las manos de su rostro, y se encontró ante un paraje totalmente diferente, pero al mismo tiempo conocido. Había edificios, y nubes oscuras en el horizonte, pero sentía en la atmósfera un fétido olor a muerte. Era la misma ciudad en la que había pasado toda su vida, pero esta nueva ciudad estaba vacía, como si varias edades hubiesen pasado por ella, abandonada en el olvido. Árboles marchitos adornaban los espacios de esa necropólis y comprendió al fin, que había cruzado el umbral, comprendió que cada tarde, al caminar por la ciudad y dejarse llevar por sus pensamientos, cruzaba parte del velo de su existencia, hasta que ese día lo había cruzado en toda su totalidad, y sabía perfectamente, no sabía como ni sabía por qué, que no podía regresar, que estaba destinado a pasar toda la eternidad sólo en aquel desolado lugar, caminando cíclicamente dentro de sí mismo, pues, había llegado, por su propia decisión e intromisión, al momento de su muerte.