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Carlos Castro Saavedra
Poeta y Escritor
Medellin, noviembre de 1957
De par en par abierta
por un golpe de plomo y mala suerte,
tu cabeza desierta
en raíces y en hojas se convierte.
Yo quiero que te quedes,
pero tú te despeñas por la herida
y a duras penas puedes
esculpir en el polvo tu partida.
Escultor, pero ciego,
ciego bajo la tierra y sin martillos,
dilapidas tu fuego
en medio de cartuchos amarillos.
Parece que es un sueño,
pero es verdad que vuelas y te alejas
y que en vano me empeño
en retener las alas de tus cejas.
Labrador ya no eres
de piedras duras y maderas bellas,
labrador de mujeres
elementales como las estrellas.
Eres puro trasmundo
y si algo brilla en tus alrededores,
es mi llanto profundo
que te busca entre zarzas y entre flores.
Te recuerdo a pedazos,
pues participo de tus destrucciones,
y no alcanzan mis brazos
a juntar tus escombros y terrones.
En un buque muy serio
tu corazón naufraga sin testigos,
y en torno al cementerio
esperamos el turno tus amigos.
Nada podemos, nada
contra la muerte y sus tenaces besos,
que gastan la mirada
y derrumban la estatua de los huesos.
Me queda la esperanza
de que puedas oirme desde el suelo,
y de que mi labranza
convierta en pan la sombra de tu pelo.
Siento que te hayas ido
sin anunciar, en medio de amapolas
y que no hayas podido
despedirte del mar y de las olas.
Me gusta, sin embargo,
pensar que viajas por la tierra entera,
a cumplir el encargo
de esculpir una patria verdadera.
(En la muerte del escultor José Horacio Betancur)
El Colombiano Literario, Domingo 24 de noviembre de 1957