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Christian Padilla
Historiador de Arte e Investigador
Barcelona, Diciembre de 2009
El malogrado escultor antioqueño José Horacio Betancur, es uno de los grandes ausentes en la historia del arte colombiano. Su prematura muerte a la edad de 39 años, en 1957, es posiblemente la causa de esa indiferencia frente a su obra.
Aunque habitualmente se reseña a José Horacio Betancur (1918) como un escultor autodidacta, el escultor recibió instrucción de varios artistas que, vale la pena mencionar, no aportaron más que las inquietudes técnicas propias de los procesos escultóricos. En 1940 recibió una beca de la Sociedad de Mejoras Publicas de Medellín para estudios en el Instituto de Bellas Artes, entonces dirigido por Eladio Vélez. Allí recibió formación en escultura por el maestro Carlos Gómez Castro. Sin embargo, se le deben atribuir tres importantes influencias que marcaron su obra. La primera es la admiración del antioqueño por el escultor del renacimiento español Alonso Berruguete, al cual Betancur conoció a partir de reproducciones en textos. Esta mención nos sirve para resaltar que José Horacio Betancur jamás saldría del país, y escasamente de Antioquia, donde vivió y trabajó durante su corta vida. De Berruguete, el antioqueño tomó el dramatismo y las expresiones de los modelos, así como también se vio atraído por la temática religiosa. A partir de la obra que Betancur admira del escultor español, se evidenciará un marcado interés por labrar las maderas y crear a partir de ellas relieves, como la Alegoría al trabajo (ca. 1948) que envió a Bogotá para el Salón de Arte de la Conferencia Panamericana, obra que se perdió durante las manifestaciones del Bogotazo. Pero, además de los relieves, también la madera le permitió realizar bustos de excelente factura como el de Placido Vélez, propiedad del Museo de Antioquia. Sin embargo, José Horacio Betancur no volvió a trabajar la madera después de que sus relieves se incendiaran en Bogotá. La excepción a esta decisión del escultor será únicamente con el Cristo de los Andes (1956), talla en madera de formato gigante ubicada en el Cementerio Jardines Montesacro de Medellín.
Una segunda influencia podría señalarse en torno al arte mexicano. Así como sus contemporáneos, Betancur es seducido por la monumentalidad y la volumetría de las formas ejecutadas por los maestros mexicanos, y será esta la consecuencia de que sus trabajos más destacados hayan sido llevados a grandes dimensiones. Así mismo, en estas obras se evidenciará un interés por deshacerse de planteamientos académicos y aprovechar los rasgos mestizos como excusa para subvertir la forma humana en sus monumentos. Aunque esta influencia será clara en sus obras, Betancur comentará: “No debemos olvidar el sentido monumental de la escuela escultórica precolombina: la escuela agustiniana, ni la artesanía de los Quimbayas que modelaban el oro, la cual no tiene que envidiar al abstraccionismo, que digo, es la fuente de inspiración de muchos escultores modernistas”.
Así como en todos los artistas antioqueños de primera mitad del siglo XX, la influencia que marcará pauta en la obra de Betancur será la descollante figura de Pedro Nel Gómez, que aunque no fue su maestro, se convirtió en paradigma para el arte antioqueño y señaló a muchos de los artistas locales el camino a seguir. El interés por hacer reflexiones sociales por medio del arte será una constante en la obra de los alumnos de Pedro Nel Gómez, pero en José Horacio Betancur también la temática mitológica y las leyendas colombianas serán apropiadas, y seguramente sugeridas por parte del muralista antioqueño. Pero al lado de esta temática aparecerían los arrieros y el hombre paisa en sus labores cotidianas. Durante su primera exposición individual en el Museo de Zea en 1947, mostrará una amplia producción de obras en madera, todas ya marcadas por un interés nacionalista que se evidencia a partir sus influencias. Relieves como Aguardiente y limón (1946c) se destacan por mostrar las actividades diarias del hombre popular antioqueño. También desarrolló varias obras de denuncia social ….
Aunque el escultor antioqueño realizaría por encargo numerosos bustos de próceres y líderes políticos, la relevancia de la obra de Betancur radica en el hecho de ser uno de los primeros artistas colombianos en realizar escultura monumental financiada por él mismo. Algunos escultores como Luis Alberto Acuña y Julio Abril cambiarían de medio por motivos económicos, dejando la escultura para dedicarse a la pintura, y renegarían siempre de la falta de apoyo del Estado con respecto a labor del escultor. Acuña y Abril terminaron haciendo directamente responsable al país por el mediocre papel que la escultura pública desempaña en el arte colombiano. Mientras que esto sucedía en el interior del país, Betancur modelaba con sus alumnos de la recién creada Casa de la Cultura su primera obra monumental: La Madremonte. El tamaño de la obra (112 x 350 x 115 cm) dio para hacer bromas que revelan la inexistencia de una escultura de gran formato, y se infiere que es la primera vez que un artista está interesado en hacer escultura pública y enseñarle a sus alumnos como llevarla a cabo: “Algunos periódicos de Medellín afirmaron la semana pasada que uno de los muros de la Casa de la Cultura, en la cual se enseña dibujo, pintura, escultura […] tendrá que ser derribado para sacar de allí la discutida escultura”. Al no ser una obra financiada por algún estamento, el antioqueño se dio el lujo que no muchos artistas habían podido conseguir: llevar a la monumentalidad una obra sin que esta estuviera sometida a los intereses políticos de un grupo o entidad. La Madremonte de 1953, es una obra que revela la intención del artista por llevar, por primera vez a las calles, una obra de formato grande alejada de las efigies del Libertador, de los presidentes o de los intelectuales, o incluso imágenes religiosas. Betancur se proponía llevar a las plazas públicas una obra que era producto de lo popular y que identificaba más al pueblo con sus creencias.
La Madremonte, leyenda típica colombiana, es representada por el escultor antioqueño por medio de una figura femenina recostada sobre varias serpientes y rodeada de varios animales. En las figuras esculpidas en concreto, se aprecia un interés por alejarse a representaciones veristas. Las proporciones están trastocadas a propósito, dándole voluminosidad a la representación mítica. La obra fue exhibida en la plaza Nutibara de Medellín, donde Betancur la presentó junto a los trabajos de sus alumnos, con el ánimo de ser vendidas. Aunque la exposición pública tuvo éxito y estuvo favorecida por la crítica de la prensa, la dirección de educación pública del departamento no dio el visto bueno, y decidió nombrar una junta de censura para examinar la obra. Después de examinarla, los censores declararon la obra como inmoral y recomendaron que ésta no fuera exhibida. Ante la presión económica por conseguir quien comprará la obra y la mojigatería de quienes impedían que esta fuera mostrada, el escultor cedió cubriéndole los pezones con unas orquídeas y sirviéndose de un loro como taparrabo, ambos modelados y llevados al concreto, al igual que el resto de la escultura. Betancur resuelve que al agregarle estos aditamentos, la representación en la escultura no sufría ningún cambio que pueda perjudicar el concepto de la obra.
La insistencia del escultor permitió que la obra fuera adquirida por el Municipio de Medellín por diez mil pesos, precio considerable para la época. La escultura fue instalada en el cerro Nutibara y años después llevada al Jardín Botánico Joaquín Antonio Uribe en Medellín, sitio donde la escultura reside actualmente. Con el dinero que se le entrega por esta obra, Betancur comenzó a realizar su segunda obra monumental, de clara inspiración en la admiración causada por Rómulo Rozo sobre los artistas colombianos. La Bachué es ejecutada en 1954 y nuevamente exhibida en la plaza de Nutibara, a la espera de que alguien comprará la obra. La obra no tardó en sembrar la inconformidad de los ciudadanos, que pronto empezaron a protestar por la “pornográfica” escultura. En esta ocasión, Betancur no cedería a agradar la pudibundez de los espectadores, quienes ya se habían acercado a la escultura a cubrirla con brasieres improvisados. Después de tantas acusaciones de inmoral, el escultor empieza a tomarse el tema de la censura con sarcasmo.
“Al saber de esa obra, ciertos moralistas de la ciudad tratan de que se impida la exhibición de la escultura Bachué, en caso de que no le cubran los senos.
Por su parte, Betancur ha dicho que no hará esto, pues entonces se perdería la verdadera interpretación de la leyenda. Y agregó lo siguiente:
-No faltaba sino que ahora dijeran que la diosa Bachué salió de las aguas con el traje de baño que usaban nuestras tatarabuelas…”
Sin embargo, su actitud se tornó preocupada cuando escuchó en La Hora católica (programa radial popular entre los antioqueños trasmitida desde la emisora La Voz de Antioquia), al director del programa, el presbítero Fernando Gómez, animando al público para que la obra fuera destruida y exiliada de la plaza Nutibara: “Si no fuera porque es tan pesada, dijo, ya los del aseo habrían alzado con ella en un carro de basura”. Ante las declaraciones del sacerdote, Betancur le envió una carta que apareció en la prensa, en la cual el escultor le pide al locutor que le aconseje al Papa cubrir los desnudos del Vaticano, ironía que el padre siguió atacando con fervor desde su micrófono. Sin embargo, mientras el escultor hacía sus denuncias y anunció demandar por daños y perjuicios, la obra fue desmontada y trasladada durante la noche, desde la plaza hasta el cuartel de bomberos. La orden fue emitida por el secretario de gobierno municipal, quien ya le había notificado con anterioridad al escultor que debía retirar su obra, a lo cual Betancur se había negado. El desalojo de la escultura no se hizo esperar de protestas por parte de los artistas, y en los periódicos se apoyó en términos generales al artista. Los periodistas, más que centrarse en la defensa de una escultura se mostraron consternados ante la mojigatería de la sociedad antioqueña y su retroceso en ámbitos culturales. Días después la escultura sería llevada al Club de Profesionales, donde se le albergaría cerca de la piscina. Los pocos diarios que apoyaron el desalojo de la escultura comentaron en torno a la obra de Betancur y de la Casa de la Cultura que regentaba entonces:
“Se caracteriza esta escuela por la monotonía de la concepción: cuerpos obesos asediados de serpientes y de toda clase de sabandijas. Formas grotescas y ademanes y posiciones acentuadamente vulgares enmarcan la pobre concepción de la escuela […] Como nadie quiso comprar la obra y como ya el público sensato estaba aburrido de contemplar semejante descomunal esperpento, las autoridades ordenaron su retiro a un rincón de la ciudad, tal vez para que quien tuvo compasión de la malograda “Bachué” recoja también el inmenso bloque de cemento burdo y vaya formando bajo los acogedores aleros de cierto centro social, las galerías de la vulgaridad y del mal gusto!”.
La polémica por la desnudes de la Bachué de Betancur suscita un interés por la escultura que termina incitando a los curiosos a visitar la obra en el club. La prensa comentará el repentino acceso de gente a las instalaciones de la institución, la cual ofrece al escultor novecientos pesos por la obra. Ofendido con la propuesta, Betancur desmonta nuevamente la obra y se la obsequia a María Antonia Pellicer de Vallejo, cónsul de México y distinguida dama de la sociedad antioqueña que había apoyado el trabajo del escultor mediante la compra de numerosas obras. La Bachué permaneció hasta 1968 en el jardín de su casa, cuando los herederos de Betancur reclamaron las obras para venderlas al municipio de Medellín. La Bachué permanece hasta hoy en la glorieta ubicada frente al Teatro Pablo Tobón Uribe.
Posterior a la ejecución de esta obra es su tercer y último monumento en concreto, El Cacique Nutibara, hoy erigido en el cerro del mismo nombre en Medellín. Después del escándalo de su anterior obra, Betancur decide curarse en salud colocando un pectoral que cubre los senos de Nutabes, la acompañante del cacique. Después de la muerte del artista, la obra fue instalada en el Jardín Botánico Joaquín Antonio Uribe, y luego remplazada por La Madremonte, para que las dos tuvieran más pertinencia en los respectivos lugares en que se emplazarían.
Su última obra monumental, es el anteriormente mencionado Cristo de los Andes de 1956, ejecutado en madera y localizado actualmente en el Cementerio Jardines Montesacro. A finales 1957 la obra fue señalada por la crítica en términos negativos, sin embargo, estos comentarios fueron realizados días después de su muerte: “Cristo de los Andes de José Horacio Betancourt […] acusa errores de proporciones, interferencias de la mitología popular y falta de medida en el manejo de los elementos dramáticos. No se justifica en una obra de esta índole el retorcimiento intencional de Jesús ni el cóndor, así tampoco las desagradables laceraciones que adorna su obra”.
Las obras monumentales de José Horacio Betancur son las que le dan reconocimiento, con justa razón, porque detrás de su obra hay una intención de salir de los formatos comunes y poner la escultura al nivel que Pedro Nel Gómez estaba llevando la pintura por medio de sus murales. Quería llevarla al público en general aun cuando ésto lo enfrentara con una sociedad conservadora, que finalmente lo censuró y llevó al artista a cubrir sus obras. Evidentemente, el escándalo le funcionó como propaganda, pero esto no le aseguró el éxito comercial que el artista esperaba. Su mecenas, Maria Antonia Pellicer de Vallejo, sería la única en estimular económicamente el talento del antioqueño, pero su solidaridad con el escultor sólo se hizo evidente con obras de pequeño formato que la mexicana adquirió para su casa, El Jardín del Arte, conocido sitio de tertulia de intelectuales y artistas en la Medellín de mitad de siglo. Las esculturas monumentales que ejecutó Betancur solo serian vendidas años después de su muerte. En vida el escultor solo pudo vender La Madremonte al municipio. La Bachué y El cacique Nutibara fueron adquiridas por el municipio en 1968, y el Cristo de los Andes adquirida por el cementerio de Medellín en 1975.