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Hernán Rincón R., Ph.D.
Escritor
La obra escultórica de José Horacio Betancur tiene características de autenticidad que más allá de la fascinación que causan, reclaman que cada colombiano las conozca. Esa obra es un compendio del hombre y el mito y la naturaleza de Antioquia. Esta llena del vigor que vibra dentro y fuera del campesino antioqueño. Es variada y novedosa, con esencia revolucionaria y mítica, y deja ver a simple vista raíces color de piel aborigen que se hunden aquí y allá en todo el territorio colombiano.
Pero esa obra artística no ha sido valorada en lo que representa como herencia cultural e ideológica. Los estudiosos del arte en Colombia han de analizar a fondo la obra de Betancur si es que en verdad es el arte la fuerza intelectual que les orienta. Y los colombianos tendremos que ir, tarde o temprano, a estudiar las obras y las ideas de creadores que, como José Horacio Betancur, tomaron con pasión los elementos nativos y no sólo les dieron forma artística, sino que también los colmaron de significado social. El olvido en que Antioquia ha tenido a este gran escultor está empezando a ceder ante el recuerdo insistente de sus amigos y ante lo imperioso de la obra que el dejo entre nosotros.
Hace casi veinte años que el escultor se fue. Se fue hasta mas allá de la vida mientras buscaba, quizás el mito de Mohan por los lados del río Porce. En forma inesperada, Antioquia heredó esculturas monumentales y esculturas de salón, que, como dice Oscar Rojas en su carta al mas allá, “afortunadamente se conservan, aunque no se aprecian en lo que representa para nuestra incipiente historia artística” Con las obras, Antioquia heredó también la responsabilidad de valorarlas artísticamente, de estudiarlas y con orgullo enseñarlas a las generaciones futuras. Pero esa responsabilidad no ha sido atendida con la justicia que el arte, que el escultor y que, en especial, la obra misma merecen.
El Jardín del Arte, que era la casa donde “vivían” muchas de las creaciones de José Horacio, desapareció cuando se agotaron todos los recursos de María Antonieta Pellicer de Vallejo, una dama mexicana que valoró con orgullo la obra del escultor. Desde entonces las obras han peregrinado “sin uno poder imaginar donde irán a parar”. Un estudio a fondo de la obra no surge y entre tanto Antioquia solo tiene las voces de los amigos del escultor. Antioquia no ha mostrado que aprecia su escultura autóctona.
La industria antioqueña, con una visión universal y plausible ha patrocinado eventos internacionales de arte. La industria antioqueña, con una visión nacionalista ha patrocinado concursos globales de música autóctona. Pero, la industria antioqueña no ha tenido todavía una visión regional de la escultura, como para patrocinar la fundición en bronce de las obras monumentales de José Horacio Betancur, o como para promover un concurso departamental sobre el estudio analítico del escultor y de su obra.
Más que de ningún otro artista colombiano, las obras de José Horacio destacan diversos valores culturales en los pueblos de Antioquia. Medellín tiene no sólo las obras monumentales de naturaleza mítica, sino las de naturaleza religiosa, en especial el majestuoso Cristo de los Andes, ahora en los Jardines Montesacro. Yarumal tiene en la catedral lámparas talladas en madera, el material predilecto del escultor. Turbo tiene una de las obras de naturaleza social: el busto de Don Gonzalo Mejía el “Apóstol de la carretera al mar”. Támesis, La Ceja, San Antonio de Prado, muestran obras de naturaleza política: bustos de los líderes partidistas de influencia en la comunidad. La escultura de José Horacio presenta una variedad de facetas y de inclinaciones del pueblo colombiano, variedad que despierta y sostiene y moviliza la imaginación.
Precisamente fue la imaginación popular el tema que sedujo a José Horacio Betancur para la creación de sus obras monumentales. No sólo fue el fundador de la escultura monumental en Antioquia sino que, con gran acierto, escogió los temas de la mitología popular para realizarla. La Madre Monte, la Bachué, la Llorona, el Cacique Nutibara, eran parte intangible de la cultura antioqueña hasta cuando José Horacio capturó cada aspecto de cada leyenda y les dio forma imperecedera bajo los contornos de la escultura. Esas deidades mitológicas colombianas tienen forma desde el momento en que José Horacio Betancur les dio cuerpo. Y en ese cuerpo se compendia armoniosamente el conjunto de fuerzas que afectan la conducta de las gentes y que tiene su máxima expresión en la creación del mito mismo y en la narración de sus poderes a la niñez.
Así como la mitología, es decir, la pura religión de nuestros antepasados nativos, inspiró a este original escultor antioqueño así mismo la religión heredada de nuestros antepasados españoles le sirvió como fuente de creación. La primera escultura de José Horacio fue una réplica en miniatura, tallada en madera, del Señor Caído de la Candelaria. La última obra en madera fue el colosal Cristo de los Andes, en la cual combinó la imagen del Rey del Cristianismo con la del rey de los Andes: El cóndor. De un roble el escultor hizo salir una desgarradora figura de Cristo arrodillado, atado de pies y manos, mientras un cóndor que aún conserva su majestad y su libertad reposa sobre el hombro izquierdo del Nazareno, y con las alas medio desplegadas no alcanza a comunicar si desea tomar vuelo, o si está llegando a posarse allí como se posan los cóndores que aun no ha cazado el hombre, en la cima de los Andes.
La cacería fue una pasión, la predilecta después de la escultura, durante toda la vida de José Horacio. Ese tema recurre en sus obras, al menos en la forma de los animales de caza. Varias de sus obras escultóricas pequeñas son imágenes de animales del monte. “Perro y Guagua” es quizás la más representativa de esta faceta de su creación. La cacería, como el espíritu colonizador, son “enfermedades” de nuestros antepasados que dejaron de ser contagiosas cuando la agricultura se volvió importante. José Horacio, además de un escultor llevaba un cazador por dentro.
Así, la imaginación popular, la religión, la política, la cacería, la gente, la música, forman parte de la obra escultórica de José Horacio Betancur. Muchos otros aspectos podrían surgir del estudio serio de su obra, su ambiente, sus influencias, sus técnicas, sus materiales predilectos. Por ejemplo, la técnica “multisombra” atrajo al escultor y por medio de ella creó obras tan llenas de significado y tan atractivas como el Atanasio Girardot que adornan las afueras del estadio de su nombre, y “El Aplanchador”, una cerámica que podría representar la parte más cruel de la historia de la violencia colombiana. En cierta forma, estas dos multisombras simbolizan dos valores opuestos: El Aplanchador es el antihéroe y verdugo de las luchas fratricidas, y Girardot el héroe y libertador de las luchas de independencia. El grado en que este simbolismo tenga raíces y tenga mérito es parte del estudio que hemos sugerido.
Finalmente, las relaciones entre la obra, el escultor, y el medio, entre la obra y el mundo; entre los temas, las ideas y los materiales; entre el escultor y la gente que le sirvió de inspiración; entre el desarrollo de su obra religiosa, mitológica, política, y social, y la influencia de los grandes maestros como Rodin y Miguel Angel, o como el maestro Gustavo López quien le enseño escultura de tú a tú a José Horacio; todas esas relaciones deben ser analizadas en términos del propósito social, educativo, y artístico de José Horacio Betancur. Crear el Cristo de los Andes y esculpir los mitos autóctonos, y el cacique Nutibara, y El Aplanchador, y Opresión, y las imágenes de los líderes libertadores, y políticos, no es una obra que ocurre al azar, como tampoco lo fueron la fundación de la Casa de la Cultura, ni las exposiciones que José Horacio organizó en la Plazuela Nutibara.
Los procesos de evolución creativa, las obras, los propósitos y las ideas del escultor son aspectos fundamentales en el estudio de la cultura artística nacional. Y, antes de que José Horacio Betancur regrese de su viaje por mas allá de la vida con el mito de su muerte bajo el brazo, Antioquia tiene que hacer de la obra que heredó un patrimonio social, educativo, inspirador y artístico de todos los colombianos.