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Carlos Jimenez Gómez
Poeta y Abogado

Cada que un artista o un intelectual, que un hombre de estudio y de pensamiento muere todo individuo de su medio pierde parte de sus mejores posibilidades de superación.
Un artista y un hombre de auténtica cultura tiene asignada una precisa función en la sociedad en que viven: Proveerla de símbolos, relampaguear continuamente sobre lo que la condición humana tiene de valioso; no se requiere que se trate de un humanista, pero entre todos los que se sumergen en la brega constante de su oficio, se estructura una posición de humanismo, una misión de salvación del espíritu, menospreciado en el debatirse cotidiano.

Sólo esa permanente vigilia de los valores crea condiciones de supervivencia, incluso al holgazán y al buhonero. Desdeñenlo o no, renieguen de su oficio o improductividad aparente o la compartan, todo hombre es deudor del que piensa para su medio, ya sea que se dedique a la defensa de la verdad o al culto de la belleza.

La muerte de JOSE HORACIO BETANCUR es otro traspié, íntimamente irreparable que sufre la cultura de nuestros días, y se oye exclamar a gentes que parecían ignorarlo, que hemos sufrido una gran pérdida, todos deberíamos sentirlo así. La muerte despierta en toda conciencia el espíritu de justicia, y habrán comprendido todos que, pese a las exageraciones del ambiente, JOSE HORACIO BETANCUR, era un gran escultor alternativamente en él, como en todos los de su clase se cebaron las jaurías de la maledicencia o los coros gozosos de la beatificación. Pero la hipérbole deja intacta la realidad y su falsificación es momentánea.

JOSE HORACIO BETANCUR, colmado de talento, arrastraba también pesados lastres que detenían su vuelo. Le importa primero a éI que a nosotros, que se lo sitúe en su exacta verdad. El vacio que deja es ausencia de lo que realmente era, no de nuestra idea sobre su valor. El mejor homenaje para rendir a Ia cultura y a sus hombres – mundo de la verdad – solo en escasa medida los procesos culturales pueden ser tomados en préstamo. Una cultura es el testimonio de la lucha espiritual de un medio social. De ahí que importe a un pueblo que quiera hacer cultura, que los valores se extraigan de su propia experiencia, fruto de sus personales trabajos. No estamos en condiciones de dar una pincelada maestra como las de Rafael y Leonardo ni un golpe de cincel como los de Miguel Angel, pero para nuestro propio ascenso, más que todo eso vale la obra de un escultor como JOSE HORACIO BETANCUR: ella si nos indica de qué hemos llegado a ser capaces, es ya una expresión de nosotros mismos.

Estoy íntimamente convencido de que la obra de Rodrigo Arenas Betancourt ha concentrado tales cualidades, que nada dicen sobre nuestra capacidad artística, es un salto deslumbrador que el arte Colombiano no puede ahora continuar. Todavía debe caminar largo trecho para alcanzarlo. Artistas como José Horacio, de proporciones más usuales, sí son un eslabón de nuestra cadena. Y se puede afirmar que él representa una lección que podrá aprender el escultor Colombiano de nuestro tiempo. Nada podrá enseñar al mundo pero mucho a nosotros mismos. En su escala están un Carrasquilla, un Barba Jacob, un Pedro Nel Gómez, algo que ha salido de nosotros y que nos dice exactamente que momento vivimos de nuestra propia cultura. No se evoluciona al azar, ni por caprichos se rehuyen las fuerzas que condicionan una expresión de cultura. Plantados en medio de nuestras actuales posibilidades, tenemos que afirmar que toda traza de abstracción se torna sospechosa.

Antioquia representa en el país un ademán directo. La tosca fuerza humana que se ha enceguecido respecto a su propia forma. Y a todos los escritores y artistas antioqueños que se les ha perdonado esta deficiencia que nace de su medio: tienen un alma que expresar, pero no se salvan de la monotonía, carecen de la serenidad para sentarse a meditar en su propia vestidura. A JOSE HORACIO BETANCUR parecía no perdonársele este signo del medio inescapable. Yo no creo que sus intentos de interpretar mitos más profundos y universales, símbolos más vastos del sentimiento humano, hubieran tenido fortuna. Lo monumental no es esencialmente una dimensión especial. Y me parece que sus mejores obras no son las que dejó de mayor tamaño, hay toda una gama de hermosas creaciones, las más simples incluso, que merecerán perdurar para gloria de su nombre. Pero de ahí a que las tosquedades del taller a veces presentes en el salón de sus exposiciones vayan a devaluarlo hay todo un abismo. La mencionada polémica sobre sus trabajos no fue nunca tal, sino una Guerra callejera de monosílabos: erupciones pasionales y no juicios críticos. Es otro episodio de nuestra falta de seriedad.

JOSE HORACIO BETANCUR, era más concreto que lo que es cualquiera de nuestros llamados artistas representativos “no sólo nunca tendió a la abstracción, que requiere otras sútiles intuiciones, sino que dentro de lo directamente figurativo él, se ató siempre al aspecto más sensible y menos intelectual. Su cultura no le hubiera facilitado tampoco más altas empresas”.

Pero él es un producto de nuestra propia cultura, y forzándola a superarse, elaboró productos positivos que nos permiten decir que nuestro camino cultural ya esta iniciado, con fundamentos tan fuertes como para que sobre ellos pueda continuarse una valiosa tradición, toda cultura necesita un pasado para nutrirse, desde que empieza a tenerlo son más rápidos sus avances sucesivos, sus creaciones sobre duendes y endriagos del mundo campesino son su obra mejor, donde la composición fue más elemental, depurada de inútiles explicaciones, de abigarramientos redundantes, se dieron sus más exquisitas esculturas, es otra de sus facetas admirables.

En nuestro medio todos comenzamos distraídamente a escribir, a juntar colores, o a despertar los grupos escultóricos que en la piedra luchan con sus excesos, abrumado por todos los problemas del ser del mundo, sólo más tarde vamos encontrándonos a nosotros mismos a veces tan tarde que ya se nos han perdido las ganas de seguir. Es una inversión frustadora de proceso.
Y JOSE HORACIO BETANCUR, estuvo desde el comienzo transido de la necesidad de hacer algo en función de nuestra vida. Siempre se recordará por el ardor con que se sentía enraizado en su tierra y en su pueblo. De nuestras involuntarias falsificaciones estuvo puro desde un comienzo. Por eso posee la calidad y los defectos de la autenticidad. A medida que retornemos sobre lo que somos, comprenderemos que JOSE HORACIO BETANCUR, hizo mucho por nosotros mismos sin temor a vernáculo y a la manifestación propia compatible con la universalidad que todo arte reclama.

El homenaje no se le rinde de una vez escribiendo unas líneas. Sé lo ira rindiendo todo el que vaya encontrando ésta verdad. Se lo rendirá todo el que quiera hacer la historia del arte Colombiano, en el cual su juventud supo ganar un puesto indiscutible.

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