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Como se explicó en la introducción, la índole y método de la presente investigación plantean la necesidad de enmarcar adecuadamente las diferencias y el campo de estudio de la Filosofía Política, la Teoría Política y de la Ciencia Política, para fijar una postura al respecto, cuando se aborda el estudio del fenómeno político.1 Resulta indispensable, antes de abordar el concepto de espacio público en Arendt, sus categorías y su vigencia, entender por qué se considera al trabajo de la alemana como filosofía política y por qué este trabajo es también una investigación de carácter filosófico y no de Teóría Política o de Ciencia Política.

Es así que este capítulo está dividido en cuatro subapartados, uno por cada disciplina y el cuarto en el que confirmaremos las diferencias entre las mismas.

I. La Filosofía Política

La Filosofía en sus orígenes, no se distinguía de la ciencia o cualquier otro tipo de conocimiento racional. De hecho, la ciencia natural era parte de ésta. De lo que se distinguía era del mito. Por ello, como Filosofía Clásica tampoco tenía métodos unificados, ni estructuras epistemológicas limitadas, sino que su campo de trabajo era todo lo que abarca la razón.

Los filósofos de la antigüedad, poco a poco fueron estableciendo diferentes criterios y clasificaciones, en base al tipo de estudio en que se enfocaba su obra, así, por ejemplo, en Aristóteles la metafísica era denominada primera filosofía, por su enfoque en lo trascendente, pues si bien las ciencias naturales se encargarían de estudiar la vida, sólo la metafísica se ocuparía de definir qué es.

En el siglo XVII, con el arribo de la revolución científica, comenzó a hacerse incapié en una necesaria distinción y separación entre ciencia y filosofía, misma que con el paso de los años y gracias a los enormes avances de las ciencias naturales, pronto gozó de una aceptación generalizada.

Del mismo modo que las ciencias naturales formaron parte durante siglos de la Filosofía Clásica, todas las cuestiones relativas al estudio, análisis, definición, conceptualización, etcétera de los asuntos políticos, también se consideraban parte de la Filosofía en general. Pero, una vez establecida la diferenciación entre filosofía y ciencia, comenzó poco a poco a extenderse a distintas ramas hasta que, a finales del siglo XIX, la distinción entre Filosofía Política y Ciencia Política, ya era un hecho consumado.

Siguiendo a Leo Strauss, podemos afirmar que Sócrates es considerado el padre de la Filosofía Política y que la historia del pensamiento político occidental, comienza con éste en la antigua Grecia. Los primeros filósofos, es decir, los presocráticos, discurrían sobre la naturaleza o physis, mientras Sócrates se enfocó en las cosas humanas, tales como la definición de lo que es justo, lo que es noble, lo que es piadoso, lo que es impío, la sobriedad, la locura, el valor, la cobardía, la ciudad, un estadista, el gobierno sobre los hombres, etcétera.2

En el primer libro de “La República”, Platón pone a discusión una serie de temas alrededor de la dikaiosine, que se puede traducir como “justicia” o “rectitud”. Para discernir lo que es justo, ha de avocarse a temas como el dominio de las pasiones, la paz de ánimo, la virtud y, con ello, la “vida buena”. Todo esto para encontrar cual sería le mejor forma de vida para la comunidad y el hombre, y como es común creer que una vida feliz reside en la satisfacción de los deseos, ha de demostrar cómo la naturaleza del deseo conduce contrariamente, a una insatisfacción infinita y por ende, la vida “buena” radica más en el adecuado dominio de los apetitos.

Respecto a la polis (comunidad política de la antigua Grecia, que se administraba por sí misma, constituida generalmente por una agrupación urbana y el territorio circundante), Platón tiene una visión organicista, de modo que no se trata de una suma de individuos, sino de un cuerpo orgánico, que unido por la solidaridad y la necesidad que tienen los hombres de ayudarse mutuamente, han de perseguir una vida justa, para la cual es necesario un gobernante cuya principal virtud ha de consistir en la sofía (sabiduría), cuyo fin sería el de organizar en la mejor manera posible, la vida al interior de la polis.

El pensamiento de Aristóteles por su parte, no coincide con la filosofía política platónica, y así lo hace ver en el libro segundo de “La Política”, cuando expresa que, si bien el sistema de Platón tiene una apariencia verdaderamente seductora de filantropía, hay fallas graves en el mismo.3

La visión que sustenta Aristóteles del Estado es eminentemente ética, enfocada en la elevación del ethos (carácter) de los ciudadanos, y no puede proceder de algún acaso, sino de la ciencia y de la decisión deliberada. Esta perspectiva determina también una concepción de la justicia y de la ley. La ley es taxis (orden), es entendimiento sin apetito, es decir es una disposición de la razón del hombre justo, del hombre que goza de la frónesis (prudencia) y que puede regular de manera adecuada la vida de los hombres.

Cabe señalar que existieron otros muchos también en la antigua Grecia, que tuvieron gran relevancia para el estudio de lo político. Así, Strauss cita a Tucídides y su “Historia de la Guerra del Peloponeso”, pues aun cuando señala que no fue considerado un filósofo político, por no ocuparse de cuestiones universales como el “mejor régimen de gobierno” o “el mejor modo de vida”, etc., su obra no sólo se considera un escrito sobre historia, sino una pieza clave para entender un determinado momento político ateniense, no sin alguna reflexión filosófica (si bien aislada) al respecto.

Después de todo, nos dice que cosas horribles como las que ocurrieron en las ciudades durante las guerras civiles habían ocurrido antes y volverían a ocurrir siempre en el futuro, mientras exista la misma naturaleza en los seres humanos. Esta incondicionada afirmación acerca de la naturaleza en los seres humanos es, en Tucídides, su eco más claro de su inicial promesa de revelar la verdad general y permanente acerca de los asuntos humanos. Y en realidad la más obvia lección de la obra en general, para estadistas y similares, es la (muy poco optimista) de que mientras subsista nuestra especie, deberemos contar con una naturaleza humana que, cuando tenga oportunidad, rebasará los frágiles límites de la ley y la justicia.4

Así es como un texto en apariencia no filosófico, hubo de contener uno de los gérmenes para una importante corriente de la filosofía política, es decir, el pensamiento hobbesiano, según el cual el hombre es precisamente egoísta y oportunista por naturaleza. No es coincidencia que Hobbes haya traducido la obra de Tucídides. Pero, más allá de todo esto, Tucídides da un ejemplo del uso de la experiencia histórica como herramienta para el análisis político, en un sentido quizás incipientemente filosófico, pero también estratégico. Es decir, extraer la enseñanza de lo acontecido, método muy similar al que desarrollaría Maquiavelo en “El Príncipe” varios años más tarde.

Por otro lado, Tucídides adelanta una visión que ha de guiar la construcción del Estado Moderno y con ello una forma distinta de abordar lo político, una forma que se ha denominado “realista”, por tomar más en cuenta el momento presente, el acontecer. Tucídides fue heredero de la sofística ateniense, así como de las corrientes científicas y filosóficas del momento. Una tendencia del espíritu filosófico y político ateniense de la época es la preocupación por el presente. De ahí el giro total de la concepción histórica de Tucídides respecto a la historiografía anterior. Al mismo tiempo, el gusto ateniense por la preocupación humana como ser social, por su conducta privada -su moral- y su conducta pública -su política-, se traduce en la búsqueda tucidídea de la historia política y humana alejada de toda influencia divina y de la historia legendaria.

De los breves comentarios hasta aquí esbozados, se puede apreciar que la Filosofía Política nace y crece en Grecia alrededor de conceptos y categorías, pero también desde entonces están los gérmenes del análisis fenomenológico en virtud del cual, de la historia o experiencia, se extrae la idea.

II. La Ciencia Política

Los antecedentes históricos de la Ciencia Política se ubican, dependiendo del autor, sea abarcando fuentes en la Filosofía Política comenzando por la “República” de Platón, pasando por toda la obra del pensamiento filosófico-político o bien, como en el caso de Norberto Bobbio, se enmarcan en los siglos XVI y XVII, iniciando con trabajos de autores como Nicolás Macquiavelo, Thomas Hobbes, John Locke, Immanuel Kant, Charles Louis de Secondat Señor de la Brède y Barón de Montesquieu y otras más recientes reflexiones de corte historicista como las de Wilhelm Friedrich Hegel, Auguste Comte y Karl Marx.

Así pues, adoptando la postura de Bobbio, a efectos de la presente investigación, hemos de considerar a Maquiavelo, como lo hacen un gran número de estudiosos de lo político, como el padre de la Ciencia Política, ello debido a que su obra “El Príncipe” marca un giro fundamental en la forma de abordar lo político, que rompe con todos los esquemas de la Filosofía Política Clásica, abriendo paso a una visión completamente nueva de la materia.

La obra forma parte de los escritos de un estilo común en la Italia de su época, specula principis, que es un género de tradición medieval. Se trata de textos para educar a los nobles que serán clase gobernante.

Siguiendo dicha corriente, Maquiavelo adopta una postura realista y se avoca a explicarle al gobernante Lorenzo de Médicis (a quien dirige su obra), lo que él considera, en base a su propia experiencia política y diplomática, deben ser las características ideales de un buen gobernante, así como las implementaciones deseables por su parte, respecto a lo político, lo social, lo ético e inclusive lo religioso, entre otros aspectos que le conciernen. Pero, no ha de recurrir a una valorización moral al estilo de la Filosofía Política clásica (y en ello radica su originalidad), sino que parte del presupuesto de que lo que interesa a la política es la razón de Estado y, en el contexto que escribe, dicha razón es la unificación de Italia, mientras el fin último de todo ello es la obtención y retención del poder. Entonces, el elemento central en torno al cual gira su pensamiento político, no es el bien común, ni la justicia, ni algún otro de valor alguno cercano a los filósofos clásicos, sino el poder, y para llegar a dicho objetivo es menester hacer uso de todo lo que a ese fin convenga, inclusive la violencia, cuando sea necesario.

En la antesala de la Modernidad que supondría el Renacimiento, persiste la actitud antigua de perseguir la realización social o política buena y de racionalizar o teorizar sobre ella. Pero con Maquiavelo, como desvela este estudio, lo que cambia es el propio proceso de realización y el concepto mismo de la política, concebida ya como una técnica de riguroso profesionalismo ligada a la observación sin prejuicios de los nexos causales y, por tanto, desvinculada de la ética en cuanto ésta se sitúa más allá de la eficiencia política, dotada esta última de reglas y moralidad particulares. Se busca así una realización buena identificada con eficaz: no se puede dar bondad sin eficacia o eficacia sin bondad porque el fin es la realización de la libertad individual que necesita y exige lo social, lo stato, medio que se convierte en verdadero fin en sí mismo.5

Tod parece indicar que Maquiavelo reconoce su contexto y se adapta a él, es decir, la decadencia de una Europa Medieval que comienza a resquebrajarse y ante tal escenario, ya no se pueden dar las mismas respuestas a las cuestiones políticas, de modo que usa la historia para aprender de los errores del pasado y de ese modo su pensamiento representa un tránsito entre lo antiguo y lo moderno.

Pero, si Maquiavelo es el puente a la modernidad, Thomas Hobbes es su encarnación. El Leviatán sería una obra que desataría mucha polémica, como lo hizo en su momento la obra de Maquiavelo.

For all the rhetorical gloss, Hobbes’s central theoretical messages were unmistakeable; the horrors of a state of war, the need for a powerful, undivided sovereignty and the relationship between protection and obedience. But beyond these positions, Leviathan’s arguments left a host of open questions that puzzled contemporaries as much as they do scholars today; did Hobbes’s contract theory sustain or subvert his absolutism? Did this make him a royalist, or some sort of rebel? Could Leviathan sustain a theory of toleration, or an oppressive civil religion? Was Hobbes some kind of Protestant, or did his unusual theology mask atheism? Naturally the problems of reading Leviathan depended upon one’s initial prejudices.6

Una mirada al Leviatán más allá de preceptos morales o inclusive pasionales, quizás sea posible analizando precisamente el contexto del autor, quien habiendo conocido en carne propia los efectos de la guerra, sostiene al igual que Maquiavelo y Tucídides, que el hombre no es bueno y justo por naturaleza, sino que “el hombre es el lobo del hombre”,y es por ello que propone un singular aparato estatal, que garantice la seguridad de sus ciudadanos y que éstos, a cambio, han de ceder una parte de su libertad, pues es éste el único modo en que concibe sea posible garantizar la paz, es decir, mediante un contrato social.

Hobbes es el primer filósofo moderno en esbozar una teoría contractualista detallada y, a partir de ahí, se desataron nuevos modelos, entre los que resaltan los propuestos en su momento por Rousseau y Locke, que junto con el de aquél, constituirían un fundamento elemental para la constitución de lo que hoy en día se reconoce como Estado moderno. Del contrato social hobbesiano, emerge una estructura o aparato institucional al cual hoy en día conocemos como Estado, mismo que si bien deriva de las ideas políticas de Hobbes y Machiavelo, entre otros, basa su actuar más que en ideas políticas, en proyectos derivados de diversos métodos a los que hoy en día conocemos como Ciencia Política.

La Ciencia Política con su carácter empirista comienza a gestarse a finales del siglo XIX, que es cuando algunos autores empiezan a usar ya el término como tal y es también cuando se vuelve materia universitaria propiamente dicha, en países como Francia e Italia, mientras que en los Estados Unidos, en la Universidad Columbia, durante 1880, se formó la primera Escuela de Ciencia Política. Luego se estableció la Asociación Americana de Ciencia Política en 1903 y en los años 20’s y 30’s del mismo siglo, el estudio científico sistemático de los fenómenos políticos inicia en la escuela de Chicago, entre cuyos principales exponentes se encuentran Charles Merriam y Harols Lasswell, y más tarde, figuras como Leo Strauss y Hannah Arendt.7

The significance of the University of Chicago school of political science (c. 1920-40) lay in its demonstration through concrete, empirical studies that a genuine enhancement of political knowledge was possible through an interdisciplinary research strategy, the introduction of quantitative methodologies and through organized research support.8

Dicho nacimiento converge también con al auge del positivismo y, si nos apegamos a la definición que de la Ciencia Política hace Norberto Bobbio, no es difícil entender por qué tiene como rasgo característico, una peculiar metodología empírica.

La scienza politica (o scienza empirica della politica o scienza della politica) è, in senso stretto, una scienza sociale che studia il fenomeno politico attraverso la metodologia delle scienze empiriche.9

Por tanto, la Ciencia Política se basa en determinados esquemas de investigación y, además de apoyarse en teorías, fuentes históricas, análisis comparativos, preceptos filosóficos, etcétera, echa mano de herramientas metodológicas tales como el triángulo diseño-recolección-análisis, mismo en el que se pueden incluir, a su vez, distintos instrumentos pragmáticos como pueden ser el muestreo, las estadísticas, las encuestas, la recolección de datos y demás herramientas para el análisis de un fenómeno político concreto. Así, se toman aspectos particulares de una realidad política y se describen, analizan e interpretan con base en preceptos teóricos, pero también, y esto es parte fundamental en la disciplina, en los resultados de dichas prácticas.

Ello va de la mano con el positivismo, corriente que trataba de encontrar la manera de asentar en una historia científica una política reorganizadora. El fundamento de ese proyecto estaba en la convicción de que las ciencias llamadas exactas eran las únicas capaces de proporcionar el modelo de un positivismo de carácter universal, mientras que lo político se encontraba en una fase precientífica que requería ser superada.10

En este punto hay mucho más características de la Ciencia Política de las que se podría hacer mención, mismas que se fueron acumulando en la primera mitad del siglo XX. Así se podría tocar el papel del institucionalismo y por ende del Derecho, de la Sociología y la utilización de las herramientas que ambas ofrecían para la comprensión y análisis de lo político. El objetivo es sólo citar las características básicas que permitan ir diferenciando a dicha disciplina de la Filosofía Política y para hacer aún más clara esta distinción conviene también arrojar luz sobre lo que se denomina Teoría Política, pues muchas veces se usan de forma indiscriminada dicho término junto al de Filosofía Política. Se da el caso que no se trata de lo mismo, aún si sus campos de estudio parecieran idénticos.

III. La Teoría Política

Si bien se dice en algunos casos que la Teoría Política como disciplina propiamente establecida a nivel académico, empleando tal denominación exacta y precisa, surge de la mano de la Ciencia Política, es punto de discusión el si es una rama de ésta última o si se pudiera considerar una disciplina completa, autónoma e independiente. En la primera visión, más cercana al ideal positivista, la Teoría Política sería una especie de compendio histórico del pensamiento político filosófico. Se trataba de una Teoría Política que dirige su atención a analizar la relación entre conceptos, tradiciones y pensadores políticos. Por consiguiente, se percibe como análisis conceptual, pero especialmente como estudio de la historia del pensamiento político, desde la antigüedad hasta el presente. De ahí que se suele hablar de ésta como de Filosofía Política. George Sabine, al describir lo que es la Teoría Política y su campo de estudio, le asigna el mismo tratamiento y características de aquella.

La teoría política como la “investigación disciplinada de los problemas políticos” ha sido principalmente competencia de los filósofos, la mayor parte de los cuales se distinguió en filosofía y literatura, considerados de forma más general. De este modo, Platón, Aristóteles, San Agustín, Tomás de Aquino, Hobbes, Locke, Rousseau, Hegel y Marx, son en general grandes nombres de la historia de la tradición intelectual de Occidente, así como de su aspecto político.11

Sin embargo, Sabine estaba en realidad tratando de enmarcar el campo de acción de una disciplina que estaba emergiendo “oficialmente” como tal, justo en la época en que escribía dicha cita. Y no es por nada que algunos autores califiquen su obra como la confirmación de la Teoría Política como disciplina propiamente dicha, tal como señala en un interesante artículo al respecto Ricardo Zapata Barrero, quien distingue tres etapas en la historia de la Teoría Política, siendo la primera de inicios de los años treinta, una segunda que llama de “incertidumbre” de mitad de los cuarenta y, finalmente, una etapa que considera como de “consolidación” que comienza en los años setenta.

Esta primera etapa se sitúa en el período de entreguerras. La TP [forma abreviada de Teoría Política, por parte del autor] se percibe básicamente como historia del pensamiento político y análisis conceptual. El paso de confirmación es, sin duda, la conocida Historia de la Teoría Política, de G. Sabine y T. Thorson (1937), justo dos años antes de su artículo, de 1939, «What is a Political Theory?». En este artículo, Sabine insiste en que la TP sólo puede describirse como disciplina cuando se basa principalmente en tres tipos de proposiciones: las proposiciones basadas en hechos o proposiciones factuales, las basadas en explicaciones o proposiciones causales, y las estrictamente cargadas de valores o proposiciones evaluativas. Sugería la necesidad de distinguir, pero al mismo tiempo vincular, estos tres aspectos en el momento de hacer tanto historia de la TP como análisis contemporáneo.12

Esto porque, hasta entonces, la Teoría Política se limitaba a ser una especie de historia de la Filosofía Política, de modo que Sabine busca la forma de darle operatividad en el sentido de que se intenten demostrar los valores del liberalismo frente al comunismo y el fascismo emergentes. Luego viene lo que Zapata Barrero denomina como segunda etapa. En ese período predomina el positivismo lógico y con ello cobra auge una Teoría Política de corte conductista, que sería el foco de severas críticas por parte de varios pensadores, entre ellos, la filósofa alemana, Hannah Arendt, como lo apunta Salvador Giner.

Lo cierto es que la percepción por parte de algunos pensadores –entre los que se halla Arendt– es que la ciencia social consiste en un ejercicio positivista, conductista y empiricista, ajeno a la condición esencialmente moral de los seres humanos. Su éxito mundano era el eco de la infausta victoria de una mentalidad presuntamente científica, incapaz de comprender nada de lo que realmente nos hace humanos, es decir, responsables.13

Se trataba pues de un período en el que la “nueva” Ciencia Política parecía divorciarse por completo de la Filosofía Moral, aunque según Salvador Giner sería erróneo asumir que toda la ciencia social tomó una deriva amoral, puesto que indica que no cuesta demasiado demostrar que una parte esencial de la ciencia social se ha produjo notables resultados a los problemas morales de nuestro tiempo e inclusive ha propuesto soluciones originales y robustas. No obstante, sí considera que hubo una especie de “desastre” a partir de la primera guerra mundial, es decir, de 1914, cuando el campo del conocimiento se vio invadido por un lenguaje, que aún si tratándose de asuntos históricos, políticos, económicos, etc, manejaba conceptos científicos y de una presunta neutralidad ética, suplantando la terminología hasta entonces usual de la Filosofía Política para tratar dichos temas.

Así, la filosofía política de Maquiavelo se degradaba en ciencia política; la concepción de los sentimientos morales de Adam Smith degeneraba en econometría; la preocupación por la liberación de la humanidad propuesta por Karl Marx, se deterioraba en sociografía y encuestas demoscópicas. Atenazada entre la ideología y la pseudociencia, perecía la filosofía política laica, racional y éticamente ilustrada. Así las cosas, no puede sorprender que Hannah Arendt aludiera a las nuevas disciplinas y técnicas sociales con notable frialdad o mal contenido desdén, al tiempo que arremetiera sin miramiento alguno contra la tergiversación del pensamiento político a manos de las ideologías totalitarias 14

Evidentemente, las ideologías del nacionalsocialismo no serían de gran ayuda ante tal panorama, más bien, podría decirse que represantarían el climax de tal desastre. Pero sería la propia Hannah Arendt, quien, en palabras de Giner, habría de restituir a la Filosofía política la fibra moral.

Sin embargo, la recepción del trabajo de Arendt hubo de someterse a críticas muy fuertes, sobre todo en lo tocante a su método aparentemente de carácter fenomenológico. Pero más que método, como bien apunta Gines, se trataba de un criterio con el que abordaba el análisis de diversos procesos históricos, donde lo crucial es el fenómeno.

Volviendo a la división por etapas de la Teoría Política de Zapata Barrero, la tercera y última etapa, es la que denomina de consolidación y que va de 1970 a los años noventas, caracterizada por una especie de “huida” del conductismo predominante en la etapa previa, mismo que fue objeto de las críticas antes citadas y luego de cuya huida, la Teoría Política estableció tres líneas de trabajo: una histórica, otra normativa y finalmente una empírica, resultado de lo cual comenzó a incluir, además de los debates sobre la democracia participativa, nuevos enfoques como la ecología o el feminismo, a partir de los cuales llega a la creación de diferentes propuestas o “modelos”, como los denomina el autor arriba citado.

La TP formal, por su parte, es una actividad que se identifica con la construcción de modelos. Se aplica tanto en el diseño de modelos empíricos como teóricos. En el primer caso, está conectada con la perspectiva de la elección social. Se trataría de diseñar modelos teniendo en cuenta ciertos actores, sus preferencias, ciertas finalidades y procedimientos y reglas. Destacarían las teorías con enfoque de la elección racional y teoría de juegos.15

En su carácter normativo es quizás donde la Teoría Política más se acerca a la Filosofía Política, por ocuparse de la elección de valores y criterios para justificar o legitimar un entramado institucional o un cuerpo estatal, pero dada la naturaleza de dicho propósito, el enfoque de ese análisis termina siendo precisamente de carácter normativo e institucional. Se llega a afirmar que la Teoría Política tiene a su vez una labor filosófica, pero para efectos de la presente investigación, aún si derivado de una tesis o trabajo en Teoría Política se emiten argumentos de carácter filosófico, dichos argumentos se tomarían como argumentos filosófico-políticos, en tanto que independientemente de quién y en qué contexto sean esbozados.

IV. Diferencias y relaciones entre las tres disciplinas

Nor can polticial theory aspire to establish ethical truths, though political philosophy has a vital role as an elucidator of political values and of ethical dilemmas.16

Puede ocurrir que un economista, un jurista, un polítologo o inclusive un físico, en el contexto de una investigación propia de su rama, llegue a conclusiones y argumentos de carácter filosófico, por tanto, dichos argumentos pasan a formar parte integrante de la filosofía. Aún si esos argumentos guardan correlaciones con sus respectivas ramas, ello no los hace menos filosóficos, ni tanto menos se puede enarbolar como un conocimiento de dicha rama, que viene a cubrir todo el campo que en ese sentido le corresponde trabajar a la filosofía, simplemente se trata de una aportación que desde un campo distinto, devino en filosofía.

Si bien Ciencia Política y Teoría Política comparten campos y herrramientas de estudio con la Filosofía Política, lo que las distingue es su propósito. Así, mientras que las primeras dos tienen un objetivo en común y lo que las distingue es, entre otras cosas, que la Ciencia Política tiene un campo de estudio más amplio que la Teoría Política. Pero ambas se enfocan en la acción, estudian por y para la acción, mientras que por su parte, la Filosofía Política es un ejercicio más contemplativo cuyo objetivo es construir el concepto o idea.

La Teoría Política, emplea proposiciones y argumentos que toma prestados del pensamiento filosófico-político y no sólo, sino además estudia los fenómenos histórico-sociales, entro otros, con el fin de que, sea nutriendo a la Ciencia Política, como una rama de ésta, o bien de manera independiente, generar teorías que puedan coadyuvar a la transformación de la realidad práctica en aspectos generales y particulares. Es decir, tiene un carácter prescriptivo, lo mismo que la Ciencia Política, y su trabajo es de adentro hacia afuera, de la teoría hacia la práctica, a modo del método científico: hipótesis-demostración-teoría. Por ello a ambas disciplinas les preocupan las crisis, la economía, las instituciones y el fenómeno político, en cuyo desarrollo va a procurar influenciar a través de sus contribuciones.

La Filosofía Política, por su parte, orienta sus esfuerzos, en el sentido inverso, es decir, genera estructuras de pensamiento, conceptualizaciones, sistematizaciones generales, etcétera, que si bien luego tienen el poder de influenciar el contexto, no es ello su objetivo directo, tanto como el pulir el ejercicio contemplativo. Toma pues elementos sea del pensamiento previo que de la realidad, para nutrir una estructura argumentativa que entre muchas otras cosas ha de sustentar valores políticos de carácter universal y, discernir dilemas éticos para lograr establecer cual es la mejor forma posible organización del espacio público.

Conviene aquí echar luz más a fondo sobre la procedencia de dicha distinción entre propósitos, y a ese respecto resulta ilustrativa la diferenciación que hace Hannah Arendt entre la acción y la contemplación y el punto en que se dio una ruptura con la tradición que solía jerarquizar la vida contemplativa por encima de la vida activa y las consecuencias de esa ruptura.

Hannah Arendt sostiene que con las invenciones modernas, el hombre se dio cuenta de que la verdad y el conocimiento se podían encontrar por medio de la acción, desestimando en adelante el valor de la contemplación, es así como los aparatos tales como un telescopio, de cierta forma “obligaban” a la naturaleza a mostrar sus secretos, el hombre descubre la verdad científica y la pondera por encima de la verdad filosófica, derivada de la contemplación. De ahí que luego de tales descubrimientos, el paso al empirismo y posteriormente al conductismo, era simplemente cuestión de tiempo.

Pero ocurre que no hay verdades aferrables en cuestiones políticas, al menos no al grado de las leyes, modelos y patrones que se deducen de las ciencias exactas y las tecnologías que de ellas derivan, es por ello que la Ciencia Política y la Teoría Política en su formación, hubieron de enfrentarse a tal realidad, y pasaron por contextos tan diferentes y extremos, como su negación total como ciencias o incluso de su validez disciplinaria, hasta su entronización por encima de la Filosofía Política que llevaría a conjeturar una “muerte”de ésta última.

Lo que se observa de todo ese transcurso, parece una relación casi infantil, donde los enfoques disciplinarios se mueven de un extremo al otro, jerarquizando un modo de conocer por encima de otro y, abandonando las facultades que le sean disímiles. Sin embargo, en esas luchas y acomodos al final de cuentas, cada disciplina ha encontrado su lugar, y terminan nutriéndose una a la otra, tomando lo que convenga a su peculiar objetivo, es decir, a nutrir la vita activa que quedaría así entronizada por la Ciencia Política y la Teoría Política, o bien la vita contemplativa que sigue siendo prerrogativa de la Filosofía Política.

La forma de hacer teoría o filosofía de la alemana es fenomenológica y sin embargo, su estudio de los fenómenos no se inscribió jamás en el método positivista.

If phenomenology is considered in a broad sense, Arendt’s investigation of the political can be seen as phenomenological in an original, consistent, and exemplary way and she herself seems to have once situated herself as ‘a sort of phenomenologist’, although she added, ‘not in Hegel’s way, or Husserl’s’.17

De igual manera, en la presente investigación, se han de tomar a la par de argumentos previos de carácter filosófico, elementos empiristas con el fin de contemplar los fenómenos prácticos en su relación con las categorías filosóficas dadas principalmente por Arendt, y plasmar los resultados de dicho ejercicio en proposiciones, argumentos y conceptualizaciones de carácter filosófico-político.

1 Postura que se ha de justificar en base a un breve recorrido histórico del pensamiento político de los más destacados pensadores y tomando como referencia el uso académico -en cuanto a contenidos y propósitos- más generalizado que se da a las denominaciones de una u otra disciplina.

2 Cfr. STRAUSS, Leo y CROPSEY, Joseph (Comp.), La Filosofía Política. FCE, México, 1996, pp.15-16.

3 Cfr. Aristóteles, Política, II.2, versión española, notas e introducción de Antonio Gómez Robledo, Universidad Nacional Autónoma (Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romanorum Mexicana), 2ª edición, UNAM (Coordinación de Humanidades), México, 2000, 548 págs.

4 Op. Cit. Strauss (1996), p.28.

5 SEVILLA, José, M. Maquiavelo y la Episteme Política. Estudio bibliográfico y crítico en: Miguel A. Pastor Pérez, “El arte de la simulación, Estudio sobre ciencia y política en Nicolás Maquiavelo” ÜRP, Colecc. Raigal n. 2, Sevilla, 1994. p. 198.

6 PARKIN, Jon. The Reception of Hobbes’s Leviathan en Patricia Spinborg (Editora), “The Cambridge Companion to Hobbes Leviatan”. Cambridge University Press, N.Y., 2007. p. 443.

7 Cfr., ALMOND, Gabriel A. Political Science: The History of the Discipline, en Goodin y Klingemann (Compiladores), “A New Handbook of Political Science”, Oxford University Press, N.Y. 1996, pp. 50-96.

8 Op. cit. ALMOND (1996) p. 64.

9 BOBBIO, NORBERTO; MATTEUCCI, Nicola; PASQUINO, Gianfranco, Il dizionario di politica, Utet, Turín, 2004, p. 862.

10A partir de una homologación entre las etapas del desarrollo del individuo y las de la humanidad, Auguste Comte distingue tres edades que llama respectivamente teológica, metafísica y positiva (siendo ésta última, la más elevada).

11 SABINE, George. Historia de la Teoría Política, (Revisada por Yhomas Landon Therson) FCE, México, 1994. p.20.

12 ZAPATA Barrero, Ricardo, El significado de la Teoría Política: gestión de cambios estructurales e innovación política, en “Reis”, Revista Española de Investigaciones Sociológicas, núm. 109, 2005, pp. 37-74, Centro de Investigaciones Sociológicas, España. p.45.

13 GINER, Salvador. Hannah Arendt, La primacía Moral de la Política. En “Claves de Razón Práctica”. No. 168. pp 14-21. Editorial Dialnet, Universidad de La Rioja. 2006. p. 14.

14 Ibidem.

15 Op. Cit., ZAPATA, Barrero (2005), p.57.

16 FREEDEN, Michael, Ideologíes and Political Theory. A concernal approach, Oxford University Press, New York, 1996, p.131.

17 BORREN, Marieke, ‘A Sense of the World’: Hannah Arendt’s Hermeneutic Phenomenology of Common Sense. En: “International Journal of Philosophical Studies”. The Netherlands, 2013. 21:2, pp. 225-255. p.232.

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