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Llegados a este punto se hace necesaria una clarificación. ¿Qué es la fe? ¿De qué hablamos?

La fe es misterio en la sublimidad. Es luz que nos permite ver, pero que si tratamos de mirarla directamente es cegadora: no puede ser vista. El sol de la fe hace visible las tinieblas de este mundo y logra la inteligibilidad de la vida; pero no se puede mirar, a su vez, sin quedar deslumbrado. Sin luz, todo queda en oscuridad; y entonces se absolutiza lo humano, de tal modo que la libertad que permanece es la del más fuerte, la de quien impone la suya a los demás. El débil queda aplastado en su intimidad y en su dignidad.

La fe es razonable; pero, a la par, es suprarracional. Lo que nunca puede ser la fe es irracional. Extracto un breve pasaje del discurso en la Universidad de Ratisbona por Benedicto XVI, pronunciado el 12 de septiembre de 2006:

“En el séptimo coloquio (διάλεξις, controversia), editado por el profesor Khoury, el emperador toca el tema de la yihad, la guerra santa. Seguramente el emperador sabía que en la sura 2, 256 está escrito: «Ninguna constricción en las cosas de fe». Según dicen algunos expertos, es probablemente una de las suras del período inicial, en el que Mahoma mismo aún no tenía poder y estaba amenazado. Pero, naturalmente, el emperador conocía también las disposiciones, desarrolladas sucesivamente y fijadas en el Corán, acerca de la guerra santa. Sin detenerse en detalles, como la diferencia de trato entre los que poseen el «Libro» y los «incrédulos», con una brusquedad que nos sorprende, brusquedad que para nosotros resulta inaceptable, se dirige a su interlocutor llanamente con la pregunta central sobre la relación entre religión y violencia en general, diciendo: «Muéstrame también lo que Mahoma ha traído de nuevo, y encontrarás solamente cosas malas e inhumanas, como su disposición de difundir por medio de la espada la fe que predicaba».  El emperador, después de pronunciarse de un modo tan duro, explica luego minuciosamente las razones por las cuales la difusión de la fe mediante la violencia es algo insensato. La violencia está en contraste con la naturaleza de Dios y la naturaleza del alma. «Dios no se complace con la sangre —dice—; no actuar según la razón (συν λόγω) es contrario a la naturaleza de Dios. La fe es fruto del alma, no del cuerpo. Por tanto, quien quiere llevar a otra persona a la fe necesita la capacidad de hablar bien y de razonar correctamente, y no recurrir a la violencia ni a las amenazas… Para convencer a un alma racional no hay que recurrir al propio brazo ni a instrumentos contundentes ni a ningún otro medio con el que se pueda amenazar de muerte a una persona».”

En su núcleo más esencial la fe nos habla de un Dios, creador del Cosmos (orden). Un Dios que no se deja atrapar en mecanismos racionalistas y, por lo mismo, destripadores de su divinidad. Es Dios desconocido, pues un Dios sólo pensado es un dios inventado, y, por eso mismo, no sería Dios. Dios ha querido revelarse, mostrarse tal cual es: YAHVE (El que es), como se declara a sí mismo, en el pasaje de la zarza ardiente, que no se consume, a Moisés. “Es el Dios que los hombres ignoran y, sin embargo, conocen: el Ignoto-Conocido; Aquel que buscan, al que, en lo profundo, conocen y que, sin embargo, es el Ignoto y el Incognoscible. Lo más profundo del pensamiento y del sentimiento humano sabe en cierto modo que Él tiene que existir. Que en el origen de todas las cosas debe estar no la irracionalidad, sino la Razón creativa; no el ciego destino, sino la libertad” (Cfr. Discurso de Benedicto XVI EN EL COLLÈGE DES BERNARDINS. Encuentro con el mundo de la cultura. 12 de septiembre de 2008).

En ese mismo discurso, Benedicto XVI sigue argumentando: “Si Él no se revela, nosotros no llegamos hasta Él. La novedad del anuncio cristiano es la posibilidad de decir ahora a todos los pueblos: Él se ha revelado. Él personalmente. Y ahora está abierto el camino hacia Él. La novedad del anuncio cristiano no consiste en un pensamiento sino en un hecho: Él se ha mostrado. Pero esto no es un hecho ciego, sino un hecho que, en sí mismo, es Logos –presencia de la Razón eterna en nuestra carne-. Verbum caro factum est (Juan 1,14): precisamente así en el hecho ahora está el Logos, el Logos presente en medio de nosotros. El hecho es razonable. Ciertamente hay que contar siempre con la humildad de la razón para poder acogerlo; hay que contar con la humildad del hombre que responde a la humildad de Dios.

Ante ese Dios que se revela y que busca al hombre, es necesaria la respuesta libre del hombre que busca a Dios (quaerere Deum, decía san Agustín): buscar a Dios y dejarse encontrar por Él. Esta búsqueda es aspiración y, al mismo tiempo, consecución, porque de alguna manera, Dios liga la querencia del ser humano por Él con su encuentro. Quien busca haya y a quien llama se le abre, se puede leer en el Evangelio (Mt 7,7-12). Si no buscásemos, si diésemos con Dios en el baúl de los recuerdos, si dijésemos que Dios no es científico y, por tanto, se trata de una cuestión privada y subjetiva, o no es algo razonable, y por eso mismo humano, sencillamente abdicaríamos como hombres y como sociedad.

“Quaerere Deum” –buscar a Dios y dejarse encontrar por Él-: esto hoy no es menos necesario que en tiempos pasados. Una cultura meramente positivista que circunscribiera al campo subjetivo como no científica la pregunta sobre Dios, sería la capitulación de la razón, la renuncia a sus posibilidades más elevadas y consiguientemente una ruina del humanismo, cuyas consecuencias no podrían ser más graves. Lo que es la base de la cultura de Europa, la búsqueda de Dios y la disponibilidad para escucharle, sigue siendo aún hoy el fundamento de toda verdadera cultura.” Discurso de Benedicto XVI en el Collège des Bernardins. Encuentro con el mundo de la cultura. 12 de septiembre de 2008.

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