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De entre todas las religiones existentes en el mundo, sólo tres dicen, o pretenden decir, que Dios ha hablado a su pueblo, a través de otros hombres (los profetas). Los demás ‘fundadores’ de religiones no se encuentran entre ellos, por lo que descartamos pretensiones de que Dios haya dicho algo, ya que sus fundadores lo niegan. Hay, como mucho, una pretensión de cercanía con la divinidad… (Especialmente, en las religiones orientales).

Por tanto nos quedan solamente las tres religiones del libro. Aunque propiamente hablando, la religión cristiana no es una religión del libro, sino de una persona.

Tanto la religión judía como la cristiana tienen ambas como base la Biblia, si bien la religión judía no reconoce como tal ningún libro sobre Jesucristo, ni tampoco, en algunos casos, libros escritos en otra lengua que no sea la hebrea. Pero ambas religiones tienen una base común.

Ciñámonos a la religión musulmana. Mahoma dice que Dios, por medio del arcángel Gabriel, le ha revelado la mismísima palabra de Dios, palabra por palabra: sólo a él y a nadie más.

Si nos referimos a la vida del profeta, es de destacar, su gran capacidad de organización y dotes de mando; a la vez que llevó una vida promiscua (tuvo nueve mujeres, entre ellas, una niña de nueve años) y la violencia que ejerció entre los pueblos adyacentes para conquistarlos, a través de las armas y los pactos, a la nueva religión.

En cuanto al Corán, estamos ante un libro con una redacción posterior a la vida del profeta (siglo y medio); y desde luego se trata de una codificación social. El monotheos conduce a una mixtificación de la vida religiosa con la política. Sabemos que Mahoma conoció bastante bien las juderías de La Meca, así como a unos grupúsculos de cristianos monofisitas. Es evidente, que destaca la forma organizativa de la vida al estilo judaico, pero apresando tradiciones y modos de vivir de las tribus nómadas árabes del siglo VI. En este sentido,  supone un adelanto y una estructura organizativa de primer nivel para la época y lugar. En cuanto a la pretensión de verdad, es necesario hacer una aclaración importante: para el Corán, no importa que una cosa sea cierta en un sentido y mentira en otra: se trata de la doble verdad expresada por Averroes. No entremos en más. Negación evidente del principio de no contradicción.

Sólo una observación. Si se trata de la misma palabra de Alá, es necesario que sea eterna y su valor no mengüe con el paso del tiempo; lo cual, es notorio, no resiste un análisis. El Islam como tal, y lo vemos en la actualidad, tiene un grave problema interno. Quien quiera profundizar, le invito a leer directamente el Corán y a conocer  la vida del profeta. Y que saque sus consecuencias.

Sólo nos queda la religión judía y la cristiana en su pretensión de que Dios les haya hablado. Lo vemos en un primer momento, conjuntamente; para después observarlas aisladamente, en cuanto se separan.

Ambas religiones tienen la Biblia como un libro “inspirado por Dios” a los profetas. Se trata de una colección de textos literarios agrupados en 80 libros, que se redacta, aproximadamente durante un milenio, del reinado de David hasta Macabeos (s. II a.C.). Por tanto se trata de un conjunto muy heterogéneo y de mucha duración temporal (al contrario que el Corán, que es un solo libro de un único profeta y de unos pocos años). Esta ya es una diferencia notable. Otra: los autores. En la Biblia son varias decenas, además de muchas tradiciones del pueblo que, en un momento determinado se ponen por escrito, y se retocan… Por tanto, los autores materiales (hagiógrafos) de La Biblia son varios centenares o incluso millares de personas: muchas desconocidas. Desde entonces, el pueblo judío no reconoce a ningún profeta más. Los rabinos, a lo largo de estos últimos 22 siglos, han ido comentando o glosando la Biblia, especialmente en los primeros siglos de nuestra era (son los más reputados). Lo que cuenta la Biblia es la historia de la salvación de un pueblo que Dios ha elegido entre otros, bajo diversos estilos literarios: históricos, legales, narrativos, poéticos, proféticos, etc.

Llegamos a la vida de Jesucristo. Aquí hay una neta división con el judaísmo que no le reconoce ni siquiera como profeta; sino tan sólo como un rabino algo desvariado.

Las preguntas que podemos hacernos son, entre otras, las siguientes ¿Ha hablado Dios? ¿Lo ha hecho una o muchas veces? ¿Quién es Jesucristo?

Todo esto, nos llevaría mucho tiempo desgranarlo. Remito al lector a publicaciones especializadas, como por ejemplo, Jesús de Nazaret, de Benedicto XVI.

La respuesta tanto judía como cristiana es que, en efecto, Dios ha hablado de muchas maneras y muchas veces a lo largo del período de la historia de Israel desde Abraham hasta la historia de los Macabeos y el profeta Malaquías, a través de hombres escogidos en el seno de un pueblo singular. Hasta ahí la coincidencia es total  entre judíos y cristianos. Para ambos, la historia de Israel es la historia propedéutica para la llegada del Mesías. Los judíos aún la esperan; los cristianos reconocen en Jesucristo el cumplimiento de las profecías mesiánicas. Y aquí reside la diferencia.

La diferencia es notoria por cuanto el cristianismo tiene la “arrogancia” no sólo de que Dios ha hablado a los hombres, sino que el mismo Dios, uno y trino, se ha encarnado y se ha hecho historia en la vida de Jesús. Esto es fundamental.

Habría que plantearse previamente la pregunta de si Dios, una vez admitida su existencia, ha de comunicar al hombre algo que él no sepa, o no lo pueda saber con certeza, y que le sea necesario saber. Pero podemos hacer la pregunta en otro sentido ¿acaso Dios no puede comunicarse con el hombre, puesto que es su criatura? ¿Hay algo que impida esa comunicación por parte de Dios? La respuesta es negativa: no hay nada que impida que Dios se manifieste, si así lo viera conveniente.

La segunda cuestión trascendental es, en caso positivo, ¿Cómo reconocer que se trata de Dios y no de un iluminado o un grupo de iluminados, enfermos mentales, que se creen que Dios les habla?

Si alguien habla a la pared, no hay mucho problema; el problema –mental- es cuando alguien dice que le ha hablado la pared… Es importante esta apreciación, para distinguir la búsqueda del hombre a Dios, y cuando ese mismo hombre nos dice que Dios le ha hablado.

Esta es una pregunta certera, pues la respuesta que le demos no va a resultar indiferente. Napoleón habló, y aquí seguimos, pues para nada me interpela la palabra de Napoleón. Pero si Dios ha hablado, entonces la cuestión es radicalmente distinta, pues Dios no me resulta extraño o indiferente (salvo que sea un insensato). Es pues la cuestión fundamental. Y esto es lo que se ha investigado durante muchos siglos, especialmente en los dos últimos. Las conclusiones, como siempre provisionales, es que la evidencia de que haya sido Dios el que ha hablado es apabullante. Necesitaríamos un enorme libro en que todo esto se pudiera recoger, pero baste esta afirmación apoyada por toda una tradición religiosa que se remonta a siglos y millares de personas que así lo han estudiado y así lo han visto.

Aparte de que Dios nos quiera decir algo ¿Tiene sentido que Él mismo se encarne y venga a este mundo material como un hombre más? La respuesta a esta pregunta es de nota. Porque una vez más si Él ha entrado en la historia, la historia humana ha sido profundamente alterada y el concepto de hombre es totalmente diferente. Es más, el Emmanuel, Dios con nosotros, ya no sería la palabra de un hombre por muy inspirado que esté por Dios, sino la mismísima palabra de Dios encarnada: Él. Precisamente esto es lo que nos cuentan los Evangelios: cuatro narraciones sobre la vida de Cristo. Para quien esté versado en al antiguo testamento, le recomiendo la lectura del Evangelio de Mateo. Para quien no sepa nada, la de Lucas; para quien quiera saber lo mismo, más sucintamente, Marcos; y quien quiera profundizar, la recomendación es clara: el Evangelio de Juan.

Llevaría mucho tiempo profundizar en esta cuestión, por lo que la pregunta clave es si Jesús de Nazaret es realmente el hijo de Dios, o más bien se trata de un farsante. Cualquier intento de “desdivinizar” o “desmitificar” a Jesús, a lo largo de la historia, se ha mostrado sencillamente frustrante, porque al final del proceso de desmitificación lo que queda no tiene nada que ver ni con los Evangelios ni con lo que sucedió en la primitiva comunidad cristiana de los primeros siglos (antes del edicto de Milán, 313). Es opinión común que Jesús, desquitado de su condición divina, no queda de él nada que se le parezca, ni siquiera se le puede reducir a un buen hombre, un moralista, un revolucionario, un avezado de su tiempo que se adelantó con una inteligencia sublime…. Todo eso queda en nada ante la constatación histórica de sus hechos y los de sus primeros seguidores.

No solamente quedaría desfigurada la figura de Jesús, sino que si Jesús no es el hijo de Dios, como él mismo se autoproclama, estamos ante un farsante de tomo y lomo; y la religión cristiana habría sido sencillamente una gran mentira y todo en lo que se ha asentado es una pura falsedad, una invención monumental, un engaño masivo que dura 20 siglos…

Pero si, por el contrario, lo que Jesús dijo es verdad, si es el hijo de Dios que viene a revelarnos quién es precisamente Dios y que nosotros somos hijos de un Dios que es Padre, el planteamiento no puede ser más que la adhesión religiosa. La afirmación radical de Jesús de que él es el camino, la verdad y la vida se demuestra o bien como una insensatez mayúscula o bien como una realidad que merece la pena explorar, pues bien pudiera ser la clave de nuestra existencia; y en este caso, sería muy insensato prescindir de Él.

La dimensión divina de Jesús adquiere su más hondo y profundo significado con un hecho histórico y a la vez metahistórico: su propia Resurrección. Es clave para entender lo sucedido, pues dice muy poco de unos hombres (los primeros cristianos) que ante el fracaso de su líder, ajusticiado de manera cruel y vergonzosa, se creyeran en tal alucinación colectiva que incluso se dejaran matar por una fantasía esquizofrénica. Y que esto se mantuviera vivo en la historia hasta el día de hoy. En efecto, como proclama san Pablo a los primeros cristianos de Corinto (capítulo 15), si Cristo no ha resucitado, “entonces vana es nuestra fe… y somos testigos mentirosos que testificamos contra Dios mismo diciendo que ha resucitado a Jesús cuando no lo hizo…, y además, si nuestra esperanza está puesta en esta falsedad, somos los más desgraciados de todos los hombres”.

San Justino, que fue mártir del siglo II, y filósofo platónico, afirmaba que la verdad que persigue la filosofía es una fuerza luminosa y penetrante. Pero no por ello le entregará las llaves de la fe. Grande es, ciertamente, Sócrates —nos dice—; pero a Sócrates nadie le ha creído hasta el punto de dar su vida por mantener esta doctrina. Por la de Cristo, sí; dan su vida los filósofos, los sabios, los artesanos y los humildes. Y ésta es la doctrina a que aspiran los hombres: una verdad por la que valga la pena vivir y morir, si llega el caso.

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