Sapo estaba sentado a la orilla del río. Se sentía raro. No sabía si estaba feliz o triste, había pasado toda la semana con la cabeza en las nubes. ¿Qué sería lo que le pasaba?
Entonces se encontró con Cochinito.
—Hola Sapo —dijo Cochinito—. No te ves bien. ¿Qué tienes?
—No sé —dijo sapo—. Tengo ganas de llorar y de reír al mismo tiempo. Hay algo que hace Tunk tunk dentro de mí, aquí.
—Quizá tienes gripe —dijo Cochinito—. Mejor te vas a acostar. Sapo siguió su camino. Estaba muy preocupado.
Entonces pasó por la casa de Liebre.
—Liebre —dijo—, no me siento bien.—Pasa y siéntate —dijo Liebre amablemente—. Ahora cuéntame, ¿qué te pasa?
—A veces tengo calor y a veces tengo frío— dijo Sapo. Y hay algo que hace Tunk tunk dentro de mí, aquí. Y se puso la mano sobre el pecho.
Liebre pensó profundamente, como un doctor de verdad. —Ya veo —dijo— es tu corazón. El mío hace tunk tunk también.
—Pero el mío algunas veces hace tunk tunk más rápido de lo normal —dijo Sapo.
—Liebre sacó de su biblioteca un enorme libro y pasó las páginas. —¡Aja!— dijo
—Oye esto. Latidos acelerados, sudores fríos y calientes… ¡Estás enamorado!
—¿Enamorado? —preguntó Sapo sorprendido—. ¡Guau! ¿Estoy enamorado?
Y se puso tan contento, que de un salto salió de la casa y brincó hasta el cielo.
Cochinito se asustó cuando vio a sapo caer del cielo.
—Parece que estás mejor —dijo Cochinito.
—Estoy mejor. Me siento muy bien —dijo Sapo. Estoy enamorado.
—¡Qué buena noticia! ¿Y de quién estás enamorado? —preguntó Cochinito.
Sapo no había pensado en eso.
—Ah, ¡ya sé! —dijo— Estoy enamorado de la linda y encantadora Pata blanca.
—No puedes —dijo Cochinito—. Un sapo no puede enamorarse de una pata.
Tú eres verde y ella es blanca.
Pero Sapo no se preocupó por eso. Sapo no sabía escribir, pero podía pintar.
Cuando regresó a su casa, hizo un hermoso dibujo, con rojo, azul y mucho verde su color favorito. En la tarde, al oscurecer, salió con su dibujo y llegó hasta la casa de Pata. Metió el dibujo debajo de la puerta. Su corazón palpitaba de la emoción. Pata se sorprendió mucho cuando encontró el dibujo.
—¿Quién me habrá mandado este dibujo tan bello? —preguntó emocionada, y lo colgó en la pared.
Al día siguiente, Sapo recogió muchas flores silvestres. Se las quería dar a Pata.
Pero cuando llegó a la casa de Pata, le faltó valor. Dejó las flores frente a la puerta y salió corriendo. Hizo lo mismo, día tras día. Sapo no encontraba el coraje para hablarle a ella.
Pata estaba encantada con todos sus regalos. Pero, ¿quién se los estaría mandando?
¡Pobre Sapo! —ya no disfrutaba su comida, ya no podía dormir. Así siguieron las cosas, semana tras semana.
¿Cómo podía mostrarle a Pata que la quería? —Tengo que hacer algo que nadie más pueda hacer —decidió—. ¡Romperé el récord mundial de salto alto! Mi Pata querida estará muy sorprendida, y entonces me amará también. Sapo empezó a entrenarse de inmediato. Practicó el salto día tras día. Saltó más y más alto, hasta que llegó a las nubes. Ningún otro sapo en el mundo había logrado jamás saltar tan alto.
¿Qué le pasará a Sapo? —preguntó Pata preocupada— Saltar así es peligroso.
Puede hacerse daño.
Ella tenía razón.
Trece minutos después de las dos, un viernes en la tarde, algo pasó. Sapo estaba dando el salto más alto de la historia, cuando perdió el equilibrio y cayó a tierra. Pata, que pasaba justo en ese momento, lo vio y fue corriendo a ayudarlo; Sapo casi no podía caminar. Pata lo ayudó con mucho cuidado, y lo acompaño a su casa. Lo cuidó tiernamente.
—¡Ay, Sapo! Te has podido matar —dijo—.Tienes que ser más cuidadoso. ¡Me gustas tanto! Finalmente Sapo se armó de valor.
—Tú también me gustas mucho, querida Pata— tartamudeó—. Su corazón hacía tunk, tunk más rápido que nunca, y su cara se puso verde, muy verde.
Desde entonces, un sapo verde y una pata blanca se han amado tiernamente.