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31mar2013

 

EL OSITO AU (5-7 años)
Adaptación de: Roberta Veritá. Cuentos para ayudar a tus hijos (Ediciones obelisco)

Había una vez un osito que se llamaba Au. Era un osito un poco tímido. En el colegio tenía dificultades para hacerse amigo de otros ositos. Sin embargo, un día decidió armarse de valor.
Se acercó al osito más simpático para conocerlo mejor y jugar juntos, pero mientras se dirigía hacia su compañero, Au no se dio cuenta de que había un lápiz en el suelo. Resbaló y empujó el pupitre de otro osito haciéndolo caer al suelo. El osito miró a Au muy enfadado y dijo:

“¡Eres un tonto!” Entonces el resto de ositos de la clase lo miraron y gritaron a coro:

“¡Au es un tonto!”

Au, avergonzado, se fue llorando. Se sentía muy tonto y torpe, y pensó que no volvería más a la escuela por la vergüenza que sentía.

– Si me llaman tonto, es que soy tonto -se decía a sí mismo.

La mamá de Au lo consoló diciéndole que sólo había sido un accidente. Seguro que los ositos de su clase ya se habían olvidado del incidente.

Au no hacía más que darle vueltas a lo que había sucedido, a lo mal que se sintió al escuchar que era un tonto. Cerraba los ojos e imaginaba que todos los ositos de la clase se reían de él. ¡Era insoportable! Parecía que todavía oía aquellas risas.

Al verlo tan alterado, su mamá se resignó al pensar que un día sin ir a la escuela lo calmaría.
Sin embargo, por la noche, Au durmió poco y mal y tuvo pesadillas. Al día siguiente se quedó en casa, en su cama, viendo la televisión con la mirada triste. Ni siquiera la miel, que lo volvía loco y que su padre le había dado, le hizo sentirse mejor.

A la mañana siguiente, a pesar de lo poco animado que estaba Au, su papá lo llevó a la escuela. Au se sentía todavía muy preocupado por si sus compañeros se reían de él. Estaba convencido de que era un animal horroroso.

Al pensar en ello, todo su cuerpo se estremeció, y al estremecerse de esa manera, el corazón le latía muy rápidamente y sus manos temblaban.

“¡Se reirán de mí, será horroroso!”-pensaba.

Así que cuando la maestra lo mandó salir a la pizarra, Au temblaba tanto que no consiguió escribir con la tiza el ejercicio que la maestra le estaba dictando. Entonces, todos los ositos de la clase rieron y comenzaron a decir en coro:

“¡Au es un tonto! ¡Au es un tonto!”

La maestra les mandó callar y se llevó a Au aparte y le dijo:

“Au, ¿qué te pasa?”

“Soy un tonto de remate” -respondió el osito llorando-. “¡Los otros ositos no quieren que sea su amigo porque soy muy tonto! En la pizarra empiezo a temblar porque estoy nervioso.
Estoy nervioso porque me imagino que todos piensan de mí que soy un tonto. Para mí es horroroso”.

“¿Y qué piensas de ti mismo?” -preguntó la maestra.

“Qué soy un tonto” -respondió Au.

“Entonces, ¿crees que todo lo que dicen los demás ositos es siempre verdad?” -preguntó la maestra.

“No lo sé, creo que si” -respondió el osito

“Y si te dijeran que eres una gallina, ¿pondrías huevos? Si te dijeran que eres un elefante, ¿te empezaría a crecer la trompa? Y si te dijeran que eres una vaca, ¿comenzarías a dar leche por arte de magia?” –preguntó la maestra.

“No, seguiría siendo yo mismo. Seguiría siendo un osito” respondió Au

“Te pasa eso porque le das mucha importancia al hecho de que se rían de ti y al juicio de los demás ositos. Le das demasiada importancia a lo que dicen los demás. Si dicen que eres un tonto, no te conviertes en un tonto, al igual que no te conviertes en una gallina, en un elefante o en una vaca. A menos que empieces a pensar tú de la misma manera” –continuó la maestra.

“Lo he entendido. Seguiré siendo yo, el osito Au, a pesar de lo que me llamen. No pensaré que soy un tonto o una gallina, o un elefante o una vaca” –respondió Au.

“Equivocarse en algo no quiere decir estar equivocado del todo, ni ser un tonto. Es comprensible que no te sientas bien si se ríen de ti. Sin embargo, no es tan terrible como crees. Podrás soportarlo si piensas que lo que los demás dicen no es verdad” -añadió la maestra.

“Si me dicen que soy una gallina, no pongo huevos, y si me dicen que soy un tonto, no soy un tonto. Yo soy siempre yo, el osito Au, a pesar de lo que me llamen” –pensó Au, lo que le hizo sentirse muy feliz y sonreír.

“Una última cosa, Au, ¿cuántos oídos tienes?” -preguntó la maestra?

“Dos” -contestó Au perplejo.

“Muy bien. Escucha: las cosas malas o injustas que te digan te tienen que entrar por un oído y salir por el otro” – concluyó la maestra.

Au volvió a la pizarra y escribió el ejercicio sin temblar. Ya no pensaba que era un tonto.
Nadie más le haría sentir como un tonto. Y además, como decía la maestra. Tenía dos oídos: uno era de entrada y el otro de la salida de las cosas malas e injustas.

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