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El juego constituye en el niño su actividad central. Hace activo lo que muchas veces tiene que hacerlo sin que sea necesario que le guste lo que hace
Al jugar, el niño exterioriza sus alegrías, miedos, angustias y es el juego el que le ofrece la posibilidad de elaborar, por ejemplo, los celos hacia un hermanito en el juego con un osito, al que a veces besa y a veces pega. El juego le aporta una larga serie de experiencias que responden a las necesidades específicas de las etapas del desarrollo.
Durante el primer año de vida, por ejemplo, los intereses se centran en el chupar, morder, explorar los juguetes, hasta la aparición de los dientes.
Más adelante, el “jugar a la mamá o el papá”, le permite identificarse con aspectos de ellos que contribuyen en la formación de la personalidad.