El castillo era de una pequeña princesa; los papás de la princesa le habían puesto por nombre Alina, porque consideraban que era un nombre muy apropiado para una princesa tan pequeña y bonita como su hija. En sus ratos libres a la princesa le gustaba pasear por los jardines de su castillo y dibujar en la pizarra que sus papás le habían puesto en su cuarto; además leía cinco cuentos todas las tardes.
Una tarde, Alina ya había paseado varias veces por el jardín, había jugado con todas las flores y saludado a las mariposas que vivían allí. También había pintado y escrito unas cuántas veces en su pizarra y leído no cinco, sino hasta diez cuentos a lo largo de la tarde. Y tenía un problema: ya no sabía qué hacer. ¡La princesa se aburría porque, a pesar de vivir en un castillo precioso, no vivía allí nadie con quién poder hablar!
Así que decidió usar su juguete mágico y pedir consejo al hada madrina.
—¡Seguro que a ella se le ocurre qué puedo hacer! —se dijo.
Cuando el hada madrina escuchó el problema de la princesa Alina, no lo dudó: cogió su carroza mágica y se dirigió al castillo rápidamente. Aquello era un problema que requería una rápida y eficaz solución, ¡y no podía resolverse por teléfono!
Una vez en la habitación de la princesa, le dijo:
—Creo que tengo la solución a tu problema. Lo que pasa es que, aunque eres una pequeña y bonita princesa, te falta algo muy especial e importante para una princesa: ¡un dragón! Todas las princesas tienen en su castillo uno o dos dragones con los que hablar, porque cuando sean mayores necesitarán que luchen con el príncipe del que se enamorarán y casarán después.
—¿Y dónde voy a encontrar un dragón? —respondió la princesa. Porque yo sé cómo son, ya que los he visto en los dibujos de mis cuentos, y no he visto nunca uno por aquí. ¡Tienes razón!
—Muy fácil —le contestó el hada madrina. Los dragones más famosos y bonitos viven al final del arco iris, así que tienes que ir a un lugar donde haya llovido mucho, subir al arco iris y caminar hasta llegar al final. Y allí, justo allí, encontrarás con toda seguridad a un dragón. Sólo le tendrás que convencer para que venga a vivir a tu castillo. No te confundas, porque algunos arco iris tienen al final un caldero de monedas de oro y no un dragón.
—¿Y cómo podré saber si el arco iris que encuentre es el que tiene un dragón? —preguntó preocupada la princesa.
—Nada más sencillo: los arco iris con dragones nacen siempre muy cerca de las montañas, porque así, cuando se hace de noche y el arco iris se apaga, el dragón puede irse a dormir a una cueva. Además, en tu viaje necesitarás esto —dijo, tendiéndole una bolsita—; en la bolsita hay unas galletas. A los dragones les gustan mucho las galletas, ¿sabes?
El hada madrina se despidió después de la princesa Alina con dos besos y se subió a su carroza mágica. La princesa no lo pensó mucho más y, metiendo la bolsa de galletas y su teléfono mágico en una mochila, se fue a buscar un sitio donde acabara de llover. Como había unas montañas cerca de su castillo y su hada madrina le había dicho que a los dragones les gustaban sus cuevas, se fue para allá. Y además, vio que tenía mucha suerte, porque por allí había unas nubes muy grandes y grises que tenían, seguro, un montón de agua en su interior…
¡Qué suerte tuvo en su viaje! Porque pronto empezó a llover; no llevaba paraguas porque las princesas no tienen, pero por aquellos lugares había unos árboles que tenían unas enormes hojas. Cogió con cuidado una de ellas y se la puso en la cabeza, de forma que ya no se mojó su bonita cabeza, y siguió caminando. No le importó que lloviera mucho, porque así estaba segura de que muy pronto se tropezaría con el arco iris y podría encontrar su dragón.
Así fue. Después de un largo rato la tormenta se convirtió en una lluvia muy fina, y para cuando ya había pasado el bosque detrás del cual se encontraban las montañas, ya apenas unas gotas perdidas caían sobre los charcos. La princesa estaba muy contenta y muy atenta para poder encontrar su arco iris. No tuvo que esperar mucho, porque los arco iris más grandes aparecen incluso antes de que deje de llover, y pronto se tropezó con uno. ¡Sus colores eran tan brillantes que tuvo que ponerse las manos como una visera sobre los ojos para que no le hicieran daño!
La princesa nunca había subido a un arco iris, así que no sabía si era suave y caliente o, por el contrario, rugoso y frío. Así que al principio se acercó muy despacio y lo tocó con un dedo. ¡Y el arco iris se dobló un poquito! Pero muy poco, como si fuera de goma; Alina se atrevió a tocarlo con las dos manos antes de poner un pie en él y comprobó que el arco iris no se rompía, sino que se amoldaba a la forma de sus manos.
Así que, muy despacito, puso primero el pie derecho y luego el izquierdo. ¡Ya estaba sobre el arco iris! En el fondo, era como caminar sobre la arena de la playa mojada, porque a medida que avanzaba, podría comprobar, si miraba hacia atrás, que las huellas de sus pies se quedaban marcadas sobre los colores que iba pisando… El arco iris era tan alto, tan alto, que cuando estuvo arriba del todo y miró hacia abajo, vio que su castillo era como un puntito a lo lejos… La bajada también fue muy sencilla, porque se sentó en el centro del arco iris y se dejó resbalar como por un tobogán… Muy rápido, muy rápido… Hasta que… ¡clon!, en vez de tropezar con el suelo bajo sus pies, dio una voltereta: ¡había tropezado con la cabeza de un dragón!
El dragón apenas movió la cabeza al ver a la princesa. Tal vez es que estaba acostumbrado a ver princesas… Abrió uno de sus enormes ojos, la miró de reojo y bostezó. Alina se acordó que su hada madrina le había dado las galletas y le ofreció una. El dragón abrió el otro ojo, miró de nuevo a la princesa y cogió la galleta con una de sus garras, con mucho cuidado de no romperla. Debía de estar muy buena, porque no dijo nada mientras se la comía, muy despacio y después ¡hasta se relamió con la lengua!
—Hummm, ¡qué buena estaba esta galleta! Hacía mucho, mucho tiempo que no probaba nada parecido —dijo el dragón con voz potente—; la vida de los dragones que vivimos en los arco iris es un poco monótona, ¿sabes? No solemos recibir visitas ni, mucho menos, visitas que nos traigan cosas para merendar.
—Puedo darte más y todas las que quieras —respondió la princesa. Tengo muchas en la despensa de mi castillo. Tantas, que no me da tiempo a comérmelas todas—. Alina había mentido un poquito, pero suponía que a su hada madrina no le importaría, porque aquel dragón era tan grande que temía quedarse sin conversación.
—Eso suena muy bien —dijo el dragón. Si tienes un castillo, es que eres una princesa, porque sólo las princesas viven en los castillos. Hace mucho tiempo que no visito ninguno, porque eso sólo pasa en los cuentos y como hay niños a los que no les gusta los cuentos, cada vez salgo menos de mi casa…
—Pues si tú quisieras, podrías venir conmigo a mi castillo y merendar conmigo todas las galletas que te apetecieran. Aunque, claro, eres tan grande que no sé si cabrás en el arco iris para poder volver hasta mi casa.
—No hay problema por eso —dijo el dragón, mientras se comía una segunda galleta—. Tú sólo tienes que decirme cómo llegar a tu castillo. Podrías subirte a mi lomo y llegaríamos volando —siguió hablando, mientras desplegaba unas enormes y brillantes alas. Si no tienes miedo, claro.
¿Cómo iba a tener miedo la princesa Alina de un dragón que comía galletas? Así que, ni corta ni perezosa, se subió al lomo del fantástico animal, usando su cola como escalera. Al mismo tiempo que se comía una tercera galleta, el dragón emprendió el vuelo, usando el arco iris como guía. Con las indicaciones de la princesa, muy pronto llegaron al castillo, donde el dragón aterrizó en el patio central.
La princesa Alina le preparó una preciosa habitación cerca de la suya propia, donde siempre tenía una fuente muy grande de galletas para el dragón, con el que desde entonces se dedicaba a pasear por el jardín, pintar en la pizarra de su cuarto y leer muchos cuentos, cinco ella y cinco él.