Querido Roberto:
Perdóname por escribirte a máquina, pero es una costumbre de la que ya no sé privarme y que me permite ser eternamente espontáneo e ir diciendo lo que me nace de más adentro. Anoche me entregaron tu carta del 3 de Junio (¡cuánto tiempo, ya!) me sentí tan emocionado y tan feliz por lo que me decías en ella que entré como en un trance, en una casilla zodiacal increíblemente vasta y próspera. Todavía no he salido de ella, y te escribo bajo esa impresión maravillosa de que un poeta como tú, que además es un amigo, haya encontrado en Rayuela todo lo que yo puse o traté de poner, y que el libro haya sido un puente entre tú y yo y que ahora, después de tu carta, yo te sienta tan cerca de mí y tan amigo. No sé si cuando te escribí hace unos meses para hablarte de tus poemas, supe expresar bien lo que sentía. Tú, en tu carta, me dices tantas cosas en unas pocas líneas que es como si me hubieras mandado un signo fabuloso, uno de esos anillos míticos que llegan a la mano del héroe o del rey después de incontables misterios y hazañas, y allí está condensado todo, más acá de la palabra y de las meras razones: algo que es como un encuentro para siempre, un pacto que hace caer las barreras del tiempo y la distancia.
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