Había una vez un niño que nunca había sido feliz, al terminar sus deberes, pasaba todo su tiempo libre en su habitación mirando la televisión y jugando con su ordenador. Un día cansado de todo ello, tomó una hoja de papel y se puso a dibujar. Trazó un círculo con un compás, con la regla dibujó un triangulo en su interior, cuando terminó de colorear su dibujo, entró por la ventana una pequeña mariposa dorada.
“Buenos días hermoso niño, yo puedo hacer cumplir tus deseos, pero sólo los buenos y justos que hay en tu mente”.
Dicho esto la mariposa con un susurro de sus alas, hizo aparecer en el aire una escalera e invitó al niño a trepar por ella cada vez más alto.
En el cielo apareció un estupendo arco iris y unas cigüeñas que llevaban en el pico unos pequeños bultos. Después vio unos saltamontes que hacían una carrera de velocidad, y se unió a ellos. A lo lejos sonaron unas campanas: din-don din-don y la mariposa dijo que era la hora de volver. Descendieron por la escalera y llegaron a la habitación.
Feliz el niño, dio las gracias por el paseo a la mariposa y esta desapareció en el aire junto con el dibujo mágico que había hecho. Su perro saltaba feliz de haber vuelto a encontrar a su amigo que había desaparecido misteriosamente.
El niño, mirando todos sus juegos, comprendió que habría podido descubrir ese mundo cada vez que lo hubiera querido, sólo tenía que desearlo. Aquel día comprendió la importancia de la fantasía y comenzó a ser feliz, verdaderamente feliz.