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Egipto, una de las civilizaciones más importantes de la Antigüedad, nace gracias al Nilo pues al desbordarse anualmente llenaba la tierra de fertilizantes que permitían los cultivos en lo que ellos llamaban la “Tierra Negra”, es decir, aquella que no es la del desierto o “Tierra Roja” que ocupaba más del 90% de su superficie. Por lo tanto, aunque a orillas del Nilo la riqueza de la tierra constituía prácticamente un vergel, lo cierto es que no estaba exento de peligros:

Además de este poder fecundador,  el Nilo fue clave para la construcción del Reino, pues al tener que llevar a cabo obras como diques, pozos, nilómetros y canales para controlar la riqueza del Nilo y sus consiguientes peligros,  fue necesaria una administración dirigida por un rey que agrupara los esfuerzos de  poblaciones hasta entonces dispersas.

La unificación del Alto y el Bajo Egipto la llevó a cabo Narmer^[1] hace 5000 años.